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Parroquia Santa Madre de Dios

El cristianismo y el reto de la secularización

ANTONIO CARDENAL CAÑIZARES

 

I. El fenómeno de la secularización y su derivación en el laicismo ideológico imperante

El proceso de secularización constituye, lo sabemos bien, el latido del corazón de la modernidad. El fenómeno de la secularización, al menos en algunos países, asume cada día con más fuerza la forma de un laicismo, más o menos oficial, radical e ideológico, en que Dios no cuenta; se actúa «como si Dios no existiera», y a la fe se le reduce o recluye a la esfera de lo privado. En algunas partes, este laicismo se está convirtiendo en el dogma público básico, al tiempo que la fe es solo tolerada como opinión y opción privada, y así, a decir verdad, no es tolerada en su propia esencia. Este tipo de tolerancia privada ya se le concedió a la fe en la misma Roma del imperio: el sacrificio al emperador, en último término, sólo perseguía el reconocimiento de que la fe no representaba ninguna pretensión de carácter público, al menos de manera significativa. El desarrollo de este laicismo toca al núcleo y fundamento de nuestra sociedad; afecta al hombre en su realidad más viva y a su propio futuro.
El fenómeno de la secularización, en su forma de laicismo esencial o ideológico, de hondas raíces, en efecto, está afectando a todo: ha afectado no sólo a la sociedad en general, sino que hasta ha podido invadir también la fibra religiosa. No se trata ya, como en otros momentos,
del reconocimiento de la justa autonomía del orden temporal, en sus instituciones y procesos, algo que es compatible enteramente con la fe cristiana y hasta directamente favorecido y exigido por ella. Se trata aquí de algo muy hondo que afecta al modo de ser, de pensar y de actuar, puesto que conlleva la voluntad de prescindir de Dios en la visión y la valoración del mundo, en la imagen que el hombre tiene de sí mismo, del origen y término de su existencia, de las normas y los objetivos o fines de sus actividades personales y sociales.
Este laicismo ideológico comporta un modo de pensar y vivir en el que la referencia a Dios es considerada, en el fondo, como una deficiencia en la madurez intelectual y en el pleno ejercicio de la libertad. Así se va implantando la comprensión atea de la propia existencia. Este laicismo arrastra a muchos a la ruptura de la armonía entre fe y razón que tanto alcance tiene, y a pensar que sólo es racionalmente válido lo experimentable y mensurable, o lo susceptible de ser construido por el ser humano, como si fuéramos verdaderos y únicos creadores del mundo y de nosotros mismos: todo parece que sea obra humana y que no pueda ser nada más que obra humana. De ahí esa nueva antropología, que se ha difundido por doquier, que concibe al hombre, no como ser, como alguien, por sí mismo pensado, creado y querido por Dios, o como naturaleza y verdad que nos precede y es indisponible, sino como libertad omnímoda o como decisión: La libertad individual viene a ser como un valor absoluto al que todos los demás tendrían que someterse, y el bien y el mal habría de ser decidido por uno mismo, o por consenso, o por el poder, o por las mayorías.
Esto, a mi entender, constituye el gran drama de nuestro tiempo. Porque en tal secularización y laicismo, el hombre, se diga lo que se diga, se queda solo, en su soledad más extrema, sin una palabra que le cuestione, sin una presencia amiga que le acompañe siempre, sumido con frecuencia en la soledad del vacío y de la nada; «solo como creador de su propia historia y de su propia civilización, solo como quien decide por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, como quien habría de existir y continuar actuando etsi Deus non daretur, aunque Dios no existiera. Pero si el hombre por sí solo, sin Dios, puede decidir lo que es bueno y lo que es malo, también puede disponer que un determinado grupo de seres humanos sea aniquilado
». (No podemos olvidar a este respecto que, apoyadas en similares raíces de pensamiento, determinaciones de este tipo ya se tomaron, por ejemplo, en el Tercer Reich, por personas que, habiendo llegado al poder por medios democráticos, se sirvieron de él para poner en práctica los perversos programas de la ideología nacionalsocialista, y que medidas análogas tomó también el Partido Comunista en la Unión Soviética y en los países sometidos a la ideología marxista) (Juan Pablo II, en Memoria e identidad).
Todas las corrientes de pensamiento y todos cuantos tienen responsabilidades sociales, culturales o políticas en el mundo, deberían considerar a qué perspectivas podría conducir la exclusión de Dios de la vida pública. No es posible un Estado ateo. Como diría el Cardenal J. Ratzinger: «No lo es en ningún caso en cuanto Estado de derecho duradero. Esto implica que Dios no puede quedar relegado incondicionalmente a la esfera de lo privado». No parece posible un Estado, «confesionalmente» laicista, de iure o de facto, que excluya a Dios de la esfera pública. No podría sobrevivir a largo plazo un Estado de derecho bajo un dogma ateo en vías de radicalización. Para poder sobrevivir es necesaria una reflexión fundamental que haga caer en la cuenta de qué es lo que está en juego en toda esta temática.Por lo demás, la democracia funciona si funciona la conciencia, y esta conciencia enmudece si no está orientada conforme a valores éticos fundamentales, previos a cualquier determinación, válidos y universales para todos, indisponibles, conformes con la recta razón, que pueden ser puestos en práctica incluso sin una explícita profesión de fe, y en el contexto de una religión no cristiana» (J. Ratzinger, en Iglesia, ecumenismo y política, Madrid, 1986, p. 257; cfr J. Ratzinger, Fede, Verita, Tolleranza. Il cristianessimo e le religione del mondo, Siena, 2003, pp. 223-275). Es contrario a la razón actuar contra la naturaleza de Dios, como también es contrario a la naturaleza de Dios no actuar con la razón (Cf. Benedicto XVI, Discurso en la Universidad de Ratisbona, septiembre 2007). «La negación de Dios priva de su fundamento a la persona y, consiguientemente, la induce a organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la persona» (Juan Pablo II, Centessimus Annus, 13; cf 14, 17, 18, 41, 44) .

II. La laicidad no es laicismo. Necesidad de Dios que entraña lo último, lo incondicional

La laicidad no es laicismo. Dios entraña lo último, lo incondicional, lo que concierne de manera decisiva, el definitivo sentido de todo, el último juez de la ética y supremo garante contra todos los abusos del poder ejercidos por el hombre y sobre el hombre. Él es y manifiesta lo «sagrado», lo que reclama respeto por encima de todo y siempre. En Él se funda lo indisponible, lo innegociable, lo inviolable, toda sacralidad, la sacralidad que es la persona humana, con su dignidad y destino irreductible, que es cada uno de los seres humanos, que son los otros y las cosas últimas y decisivas, que es el terreno de la conciencia, que son los mismos derechos fundamentales del hombre no negociables ni cambiables. Los antiguos griegos habían descubierto ya que no hay democracia sin la sujeción de todos a una Ley, y que no hay Ley que no esté fundada en la norma de lo trascendente de lo verdadero y lo bueno. Hay algo, por ello, que no puede faltar en la sociedad, y que significa un saludable límite al poder, siempre cambiable, de los hombres: Se trata del límite de lo que, en la recta razón, para vivir dignamente y sobrevivir no es manipulable ni sometible por el hombre, es decir, «el respeto a aquello que es sagrado para otros, y el respeto a lo sagrado en general, a Dios, un respeto perfectamente exigible incluso a aquel que no está dispuesto a creer en Dios», porque, además, pertenece a la razón, o confirma la razón. Por eso, «allá donde se quiebra este respeto, algo esencial se hunde en la sociedad» (J. Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, p. 87).
En ese conjunto de sacralidad que reclama tal respeto, los derechos fundamentales del hombre no son creados por el legislador ni concedidos a los ciudadanos, sino que más bien existen por derecho propio y han de ser reconocidos y respetados por el legislador, pues se anteponen a él como valores superiores. La vigencia de la dignidad humana previa a toda acción y decisión política remite en última instancia al Creador: sólo Él puede crear derechos que se basan en la esencia y verdad del ser humano y de los que nadie puede prescindir. En este sentido, aquí se codifica una herencia cristiana esencial en su forma específica de validez. Que haya realidades, valores, derechos, que no son manipulables por nadie, «sagrados», es la verdadera garantía de nuestra libertad, de la grandeza del ser humano, de un futuro para el hombre: la fe ve en ello el misterio del Creador y la semejanza conferida por Él al hombre; por esto, ve también la verificación de lo que está entrañado en la máxima de Jesús: «Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César», tan acorde, por lo demás, con la recta razón, que presupone la limitación, el control y la transparencia del poder, la no manipulación del derecho y el respeto a su propio espacio intangible, y, finalmente, la fundamentación del derecho sobre normas morales, sobre la verdad y el bien, lo que es bueno y verdadero por sí mismo.
La unidad y la convivencia de las gentes y de los pueblos sólo serán posibles si surge, en el horizonte presente de la historia, un sujeto social capaz de construirlas pacientemente, porque su experiencia de vida y su respuesta a interrogantes fundamentales del hombre le hacen capaz de amar a toda persona humana en tanto que persona, partícipe del mismo misterio y de la misma vocación, por encima de cualquier otra determinación de raza, cultura y religión, pueblo, clase social o adscripción política.
Por lo demás, «la absoluta profanidad que se ha construido en Occidente es profundísimamente ajena a las culturas del mundo. Esas culturas se fundamentan en la convicción de que un mundo sin Dios no tiene futuro» (J. Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, p. 87). Esta es, opino, una de las grandes cuestiones y retos que plantea hoy el islamismo al mundo secularizado y sometido a un laicismo ideológico.


III. Fe en Dios, afirmación del hombre.

Existe, con frecuencia, una cierta confusión entre neutralidad y laicidad, entre lo que es un Estado no confesional, neutral, y un Estado de confesión laicista, expresa o tácita, pero real, o entre «libre pensamiento» y secularidad, o que se contrapongan fe y razón, religiosidad y ciencia, como si la fe y la religiosidad fuera algo superado, que queda para la individualidad y la privacidad, que no es universalizable para la organización social y para el progreso, y que, por supuesto, debe dejar todo el espacio a la razón humana abandonada a sí misma o a la ciencia y sus avances. Es necesario atreverse a decir, como están haciendo los últimos Papas, que la afirmación de Dios conduce a la afirmación del hombre, que es raíz y fundamento de la dignidad e inviolabilidad de todo ser humano y lleva consiguientemente a la paz y a la cohesión de la sociedad, basadas siempre en el respeto y promoción de la dignidad de todo hombre.
El silenciamiento de Dios o el abandono de Dios, su confinamiento o reducción a la esfera de lo privado es con mucho el acontecimiento fundamental de estos tiempos en Occidente. No hay otro que se le pueda comparar en radicalidad. Ni siquiera la pérdida del sentido moral. El hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida personal y social o pública. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona, para la asunción de aquellos valores que son base y fundamento de la convivencia
humana, para todas las esferas de la vida.
Afirmar a Dios es afirmar al hombre. Me remito, con toda sencillez, a la persona de Jesucristo, acontecimiento real de nuestra historia: toda su existencia, todo su ser, todo su obrar, es una manifestación de Dios, nos remite a Dios; y todo Él es el «sí» más pleno e incondicional de Dios al hombre; todo Él nos ha revelado que Dios es Amor, su rostro es el de Dios que ama al hombre hasta el extremo y sin condiciones, lo apuesta todo por el hombre. A partir de Jesucristo, Dios sólo puede ser afirmado afirmando al hombre; nunca al margen o a costa del hombre; y el hombre no puede ser afirmado o reconocido plenamente al margen, y, menos aún, en contra de Dios.
La fe en Dios, en el centro de la creación, de la existencia humana y de la historia, no es una merma del ser del hombre, sino que lo conduce a lo más alto de la condición humana y reclama el desarrollo de la razón. A partir de la fe en Dios, con rostro de hombre, no debería caber la intransigencia ni la autosuficiencia, ni la prepotencia que conduce a la exclusión y al desprecio de los demás; sino únicamente el inclinarse ante todo hombre y elevarlo a su dignidad más alta, encontrarse con todos con el amor verdadero, fraterno y amigo. Esta es la gozosa esperanza con que la Iglesia, animada por la fe, mira el destino de la humanidad. Nada hay genuinamente humano que no le afecte. La fe, de suyo, rechaza la intolerancia y obliga a un diálogo respetuoso, a no excluir a nadie, a ser universalistas, a buscar la unidad, a trabajar por la paz basada en la justicia, en el real reconocimiento de la dignidad inviolable de todo ser humano y en el respeto inconmovible a todos sus derechos fundamentales e inalienables, y la promoción de todas las libertades, empezando por la libertad religiosa y de conciencia.

IV. Necesidad de un cambio cultural para una convivencia entre los hombres. La superación de la fractura entre fe y razón, clave del futuro

Esto nos lleva a la necesaria y complementaria aportación de los diversos modos de comprender la sociedad y la convivencia social, y la apertura de unos y otros para que en la búsqueda y encuentro de la posible armonía de la sociedad pueda crear y respetar el espacio común en que las personas puedan realizarse personal y socialmente. Uno de los motivos en que algunos apoyan sus tesis laicistas y secularizadoras es su visión de la fe como algo que de suyo conduce a la confrontación y a la exclusión; el nuevo modo de convivencia, se piensa, entre los hombres sólo podrá venir de la razón ilustrada que no tiene en cuenta a Dios, y busca cómo llegar a un entendimiento razonable y a una correcta organización de las relaciones en la sociedad basada en la razón ilustrada, con sus diversas formas y expresiones, y en el consenso social.
Para la nueva convivencia, consiguientemente para una nueva sociedad, es necesario que se proponga una mutación cultural que impida el hundimiento y derrota de lo humano, y la fractura de la sociedad. El Papa Benedicto XVI, en su Encíclica Deus caritas est, ofrece caminos nuevos para la superación de las aporías sociales en las que se ha visto y se ve sumergida la sociedad de nuestros días, de un modo especial la sociedad europea, tanto en lo que mira a la persona humana como a la organización de la sociedad. (Pensemos sólo por un instante en la fatídica sombra del nacionalsocialismo y del comunismo histórico).
Tengamos en cuenta, además, que uno de los elementos principales que conlleva la secularización generalizada de nuestro tiempo, desarrollada en lo que he denominado «laicismo ideológico», es la separación entre fe y razón. La armonía o la ruptura entre fe y razón es una cuestión que viene de lejos, y que resulta especialmente urgente tanto ante las cuestiones de una nueva convivencia y sociedad, como ante los interrogantes, reclamos y exigencias de la modernidad. Podríamos afirmar sin caer en exageraciones unilaterales, que el entendimiento entre los espacios que se asientan en la sola razón y los que amplían el horizonte desde la perspectiva de la religión están llamados a la íntima colaboración para que la Humanidad no cierre caminos de futuro y estemos abocados a previsibles hendiduras sociales. Es necesario centrar los esfuerzos, como hace Benedicto XVI en su larga trayectoria de pensamiento y honestidad intelectual, en favorecer el acercamiento entre la visión racional, o si queremos mundo laico, y la perspectiva religiosa, o mejor la perspectiva creyente, para que sobre la base de una armonía con la dimensión religiosa se puedan no sólo reconocer sino cimentar los derechos fundamentales del hombre y de la sociedad; y se pueda proponer, con garantía, la realización de los mismos para la superación de las conflictividades sociales cada día más crecientes debido al rechazo de la armonía fe-razón, sin la cual no se puede establecer un auténtico diálogo en el que se engloben todas las dimensiones fundamentales del hombre.
Recuerda Benedicto XVI en Ratisbona que, actuando bajo la razón y comprometidos en el ejercicio de la responsabilidad de cada uno con el recto uso de la misma, es posible la experiencia del saber y del vivir desde la universalidad, a la par del saber y vivir en la propia especialidad, desde lo más propio y concreto. La experiencia de la armónica existencia en la convivencia con los demás, si no queremos correr el riesgo de independizar el saber del vivir y caer en el peligro de un saber que alejándonos de la sabiduría (es decir, del saber para la vida) nos sumerja en la espiral de la ideología, nos está reclamando la armonía fe-razón, la reconciliación con la naturaleza para no ser víctima de una continua aversión al Creador. A nadie se le escapa que la convivencia no es posible allí donde el rechazo del Creador hace inviable la comprensión y acogida de la creación, de especial modo de la criatura humana. Se nos impone el esfuerzo de mostrar la necesidad y la posibilidad de conciliación de la fe y la razón como respuesta a los problemas de la modernidad, como la clave existencial de comprensión de la historia, y como superación de las aporías del laicismo y de la secularización radical de nuestros días. Se debería conceder el primado a lo que aparece como indiscutible en las raíces de la Europa cristiana: la no ruptura de la cohesión interior en el cosmos de la razón cuando no deja de estar presente la pregunta sobre Dios –puesta en el corazón del hombre– y la respuesta de Dios mismo dada a su criatura (la Revelación). Se puede deducir del discurso de Ratisbona y de otras muchas intervenciones de Benedicto XVI, y antes del teólogo o cardenal Joseph Ratzinger, que es radicalmente imposible la convivencia y cohesión social si Dios es el gran ausente. El eclipse y el silenciamiento de Dios conlleva el eclipse y silenciamiento del hombre (E. Romero Pose).
Lo que está en juego en esta sociedad y cultura dominante secularizada y laicista en orden a alcanzar la justa y necesaria convivencia entre todos, es una recta visión del hombre, una consideración válida para todos de la persona en sí misma, que, en la antropología cristiana, no es inteligible sin Dios en el centro de la creación. Benedicto XVI, en su Mensaje para el 1 de enero de 2007 y en toda su doctrina, propone una paz, nueva, verdadera y estable, y ofrece un criterio que «no puede ser otro que el respeto de la ‘gramática’ escrita en el corazón del hombre por su divino Creador» (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada de la Paz 2007, n.3). Y añade: «En esta perspectiva las normas del derecho natural no han de considerarse como directrices que se imponen desde fuera, como si coartaran la libertad del hombre. Por el contrario deben ser acogidas como una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del ser humano... El reconocimiento y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes de las diversas religiones, así como incluso entre los creyentes y no creyentes.
Éste es un gran punto de encuentro y, por tanto, presupuesto fundamental para una paz auténtica». Es necesario aprender que la paz está conectada con el abrirse a Dios, y, por tanto, con la superación del laicismo imperante. Para construir la paz es preciso estar muy atentos para no caer en esa mentalidad que tan amplia como poderosamente está actuando en nuestro mundo inspirada por el laicismo ideológico, totalitario y excluyente. Mentalidad o «ideología que lleva gradualmente, de forma más o menos consciente, a la restricción de la libertad religiosa hasta promover un desprecio o ignorancia de lo religioso, relegando la fe a la esfera de lo privado y oponiéndose a su expresión pública. Un recto concepto de libertad religiosa no es compatible con esta ideología, que a veces se presenta como la única voz de la racionalidad. No se puede cercenar la libertad religiosa sin privar al hombre de algo fundamental» (Juan Pablo II); esto promueve necesariamente una mentalidad negativa para la convivencia y la paz.
Por todo ello, es urgente dar la primacía al entendimiento fe-razón aprisionados por una cultura y una sociedad transida de escepticismo radical. Sólo así se impedirá que la Humanidad no se extravíe y ésta pueda progresar por caminos de entendimiento y convivencia solidaria. Benedicto XVI, en Ratisbona, apuntó y desveló la decisiva importancia de la racionabilidad de la fe para dar respuesta a los problemas no sólo de la sociedad occidental, sino a los que están emergiendo con fuerza nueva en los distintos lugares del globo: desde la guerra hasta el entendimiento intercultural y el diálogo interreligioso, para la libertad y la paz y la justa distribución de bienes, para la armonización entre minorías y mayorías. Benedicto XVI, al reclamar suma atención a la íntima y amigable relación entre la fe y la razón, y la superación misma de la mentalidad secularista y de la ideología laicista, invita a los responsables de la sociedad a que no cierren sus ojos –por no aceptar propuestas racionales a la par que espirituales y religiosas–, a la decadencia y fin de una civilización, al derrumbamiento demográfico, a la crisis del derecho y la justicia que son aceptados como soporte de una débil e inestable convivencia. Benedicto XVI va aún más lejos. La necesaria y urgente llamada a poner a Dios en el centro de la sociedad en armonía con la razón, para que la convivencia humana no se convierta en un problema crónico e irresoluble, conlleva no renunciar a la profesión explícita de que la garantía de toda convivencia y entendimiento humano es actuar según la razón y ésta ha lugar cuando se actúa conforme a la naturaleza de Dios. Exiliar a Dios es el anuncio del destierro de la razón, es entregarse al arbitrio de la irracionalidad. En diálogo con Habermas, en la Academia Católica de Baviera, Joseph Ratzinger llamaba la atención sobre la necesidad de recuperar en la conciencia de la sociedad occidental las certezas básicas en torno a lo que es el hombre, su origen y destino, superando lo que él llamaba las «patologías de la razón» y «las patologías de la religión», típicas del actual momento social, calificado por el filósofo alemán como «postsecular». Superación tanto más necesaria y urgente ante la aparición con fuerza de quienes no separan la dimensión política de la religiosa tanto en el ámbito privado como público. Es preciso reconocer que de la fe, del reconocimiento y afirmación de Dios brota el más profundo humanismo. La lección magistral del Papa en Ratisbona abre grandes horizontes y perspectivas, arroja una gran luz sobre nuestro momento actual y sobre el tema que nos ocupa. Ahí se nos muestra un gran futuro para la Humanidad, y en concreto, para Europa. Olvidarlo o rechazarlo pudiera acarrear grandes sufrimientos.
Para finalizar. La secularización y el laicismo comportan un verdadero reto para la Iglesia y para Europa. Ese reto comporta una pregunta: ¿hacia dónde se encamina Europa? De la reflexión que venimos haciendo, hay un aspecto que quisiera en estos momentos destacar. Europa, como concepto cultural e histórico, como «acontecimiento del espíritu» por el encuentro entre el logos griegos y el Logos divino que se ha hecho carne, es cuna y morada de las ideas de persona, verdad y libertad, es decir, de la dignidad humana. Con independencia de otras cuestiones y análisis, se nos plantea ahora preguntarnos por aquello que pueda garantizar el futuro de Europa y que sea capaz de mantener su identidad interna a través de los cambios históricos. Se nos plantea, pues, la insoslayable tarea de edificar sobre lo que hoy y mañana prometa mantener la dignidad humana y una existencia conforme a ella.
La edificación de la «casa común europea», para ser algo más que un conjunto de relaciones empíricas, ha de construirse sobre la búsqueda y afirmación de la verdad de la persona, único fundamento posible al respeto por la identidad, la dignidad de todo ser humano, y los derechos fundamentales de los hombres en modo alguno recortados, anteriores a cualquier ordenamiento de la sociedad. Ha de construirse sobre la posibilidad de una respuesta a cuestiones de fondo que han sacudido dramáticamente, en los últimos siglos, la cultura europea. Por ello, es necesario recordar y exigir la vigencia de la dignidad humana previa a toda acción y decisión política. Esto es decisivo para el futuro de Europa y de los europeos, de todos, también de los españoles y de la Nación española. Por eso, reducir lo cristiano y la fe a la privacidad, es encaminar e impulsar a Europa a que deje de hacer su historia.

Familia y Solidaridad

CARL ANDERSON

Podría hoy parecer obvio hablar acerca de la familia cristiana y la solidaridad. Hemos hablado de la familia y la justicia, de temas so­ciales, de verdad y libertad. Parece natural que siga la solidaridad. En otra época, sin embargo, hablar de la familia cristiana y la solidaridad al mismo tiempo hubiera parecido radical e incluso contradictorio. Como observó una vez el cardenal Ratzinger, mientras otros términos de unidad como Eucaristía y Comunión son claramente cristianos, la solidaridad «proviene de fuera… fue desarrollada por Pierre Leroux entre los primeros socialistas… en contraposición a la idea cristiana de amor como nueva respuesta racional y efectiva de los problemas sociales».1 Leroux abandonó la religión cristiana y, para compensarlo, desarrolló la idea de una nueva «religión de la humanidad». Aunque muchos no siguen conscientemente la idea de Leroux de una «religión de la humanidad» como base de la solidaridad, la solidaridad y la unidad del género humano están a menudo divorciadas de Dios y de «la idea cristiana del amor». Por lo tanto, es importante comprender cómo el Papa Juan Pablo II purificó el concepto de solidaridad para llevarlo más allá del concepto socialista, incluso al punto de describir la soli­daridad como «una virtud indudablemente cristiana» que «encuentra sus más profundas raíces en la fe cristiana» y que «se expresa en el amor cristiano».2 Muchos santos canonizados por el Papa Juan Pablo II mostraron la virtud cristiana de la solidaridad, pero pocos inspiraron tanto a Karol Wojtyla –en cuanto sacerdote y papa, especialmente en relación a su comprensión de la fraternidad cristiana– como Adam Chmielowski de Cracovia, a quien el mundo conoce como el Santo Hermano Alberto. El Papa no solo predicó más de cuarenta homilías sobre el Hermano Alberto, sino que antes incluso, mientras era seminarista clandestino y obrero en la planta química de Solvay, escribió una obra teatral sobre la devoción de este santo artista por los pobres. El título de la obra es Hermano de Nuestro Dios, y ya ponía de manifiesto la cuestión de la familia y la humanidad. En algún momento de la obra, Max, amigo de Adam, pone en tela de juicio la preocupación de éste por los pobres. Según Max, las obras de caridad de Adam no son características de su vocación artística. A su amigo también lo confunde que Adam no pueda ignorar a los pobres y continuar con su trabajo real como pintor. Max dice:
«Claro, debe ser una forma de evadir su responsabilidad…«¿Cómo puedo hacerme responsable de un ciudadano que desperdiciósu vida y hoy ha caído más bajo?»
Pero Adam lo contradice. Su trabajo con los pobres no es una forma de huir de la realidad y de su vocación, sino de acercarse a éstas. Dice:
«Max, aún piensas que el patrón de la pobreza humana corresponde al patrón del castigo…Pero esto no es solo huir de la responsabilidad. Es huir de algo, más bien de alguien, que está en uno mismo y en toda esa gente».3
Hoy, la solidaridad enfrenta los mismos problemas. La solidaridad puede no parecer atractiva cuando se ve como una recompensa por un comportamiento y no como una respuesta a una persona, una unidad necesaria entre personas. Pero la respuesta es observar la verdad acerca de la persona humana –ese «alguien en uno mismo y en toda la gente»– que nos une de manera más sólida que cualquier ideología política o económica.

La Comunión de las Personas
Por esta razón, cuatro décadas después de escribir Hermano de Nuestro Dios, Juan Pablo II describe la «solidaridad» en su encíclica Sollicitudo Rei socialis en términos de unidad. Escribe: «Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, continúa Juan Pablo, «que es reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra comunión».4 Para Juan Pablo II, la Trinidad es el «supremo modelo de unidad» del género humano. Especialmente en este contexto y congregados tan cerca de la gran­diosa Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, recordamos la visita de Juan Pablo II a la Ciudad de México para darnos la Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America. Este grandioso documento que la próxima semana celebra su décimo aniversario, toma como subtítulo «Sobre el Encuentro con Jesucristo vivo: camino para la conversión, la Comunión y la solidaridad en América».5 En él escribe que así como la comunión es el fruto de la conversión, así también la «solidaridad es… el fruto de la comunión que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos. Se expresa en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente de los más necesitados».6 Sus primeras audiencias generales sobre el Génesis (que se conocie­ron como las catequesis de los miércoles dedicadas a la Teología del Cuerpo), fueron grandes avances en la comprensión del hombre como ser creado para la comunión, justamente porque fue creado a imagen del Dios Trino. De acuerdo con el Papa, «el hombre se ha convertido en ‘imagen y semejanza’ de Dios no sólo a través de la propia huma­nidad, sino también a través de la comunión de las personas, que el hombre y la mujer forman desde el comienzo».7 En otras palabras, estar hecho a la imagen de Dios no es simplemente estar moldeado como Él, sino funcionar como imagen de Dios, es decir, estar ontológicamente destinado a una vida de comunión amorosa con otros. Es el fundamento de la civilización del amor; más aun, esta antropología cristiana proporciona una comprensión del hombre que llama a construir una civilización de amor no solo como posible opción, sino como la más necesaria realización de la humanidad.

Compenetración de Benedicto XVI y Juan Pablo II
Algunos pueden tal vez considerar esta visión de la persona dema­siado ideológica y religiosa, o demasiado idealista y alejada de la vida diaria, de manera que llega a ser irrelevante. Como Marcello Pera señaló, hoy «la gente ya no cree en fundamentos ‘últimos’».8 En consecuencia, resulta que dependemos cada vez más de diferentes facetas de esta comunión para transmitir el mensaje. Una de las facetas tangibles de la comunión que están en juego es la interdependencia del amor. En Sollicitudo Rei socialis, Juan Pablo II declaró que existe una «necesidad de solidaridad que asumirá la interdependencia y la transferirá al plano moral».9 En Mulieris dignitatem, el mismo Papa lo vio en la solitaria búsqueda de Adán no solo de un compañero, sino de una esposa: «En la ‘unidad de los dos’ el hombre y la mujer son llamados desde su origen no sólo a existir ‘uno al lado del otro’, o simplemente ‘juntos’, sino que son llamados también a existir recíprocamente, el uno para el otro».10 Benedicto XVI lo aborda después más extensamente. En la relación de Adán y Eva, estar uno ‘con’ el otro puede entenderse más plenamente en el contexto de ser uno a partir del otro. Esto constituye otra faceta de la imagen de Dios que descubrimos en la persona humana. Además de la noción de una trinidad «interior» del intelecto de San Agustín, la voluntad y el espíritu en el hombre, y contribuyendo con la trinidad «social» entre los hombres de Juan Pablo II, el cardenal Ratzinger presentó una imagen de Dios como una trinidad de ser : «El verdadero Dios es por su propia naturaleza enteramente un ser-para (Padre), un ser a partir de (Hijo) y un ser-con (Espíritu Santo). El hombre, por su parte, es precisamente a imagen de Dios en la medida en que el «a partir de», el «con» y el «para» constituyen el patrón antropológico fundamental».11 En otras palabras, ser «a partir de», ser «con» y ser «para» otras per­sonas es la estructura fundamental de la existencia humana. Cuando reconocemos esta realidad fundamental y actuamos de acuerdo con ella en solidaridad y comunión con el prójimo, reflejamos realmente la solidaridad y comunión que existe en la Trinidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El amor humano y la interdependencia no pueden comprenderse solo a nivel horizontal. Cuando es así, a menudo se reducen a la depen­dencia mutua o incluso al abuso mutuo. En cambio, el amor humano y la interdependencia están iluminados por nuestra común interde­pendencia vertical, una dependencia entre personas que primero se vuelve evidente en la relación con aquellos que nos dieron la vida. Al respecto, considero que la aclaración de Benedicto XVI nos brinda un gran avance en la comprensión y la defensa de la solidaridad, tanto en la familia como más allá de ella. Los cimientos bíblicos se exploran en la Catequesis de la Audiencia General sobre la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II, cuando señala el hecho de que el diseño del hombre por Dios se expresa incluso antes de la creación del hombre.12 Como se lee en el Génesis, «Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen.»13 Esta intención divina coloca al hombre aparte del resto de la creación y establece la conexión íntima entre Dios y el hombre. Como señala Juan Pablo II, es «como si el Creador entrase en sí mismo; como si al crear, no sólo llamase de la nada a la existencia con la palabra «hágase», sino que de forma particular sacase al hombre del misterio de su propio Ser».14 En con­secuencia, el hombre «no se debe entender como un «retrato», sino como un ser vivo que vive una vida semejante a la de Dios».15 En su soledad, Adán empezó a discernir cómo vivir una vida similar a la vida de Dios, una vida que necesita una comunión de personas. Más aún, cuando sufre la prueba de su soledad, Adán no se compara a sí mismo con los animales con los que comparte el mundo. Mira al creador y se compara a sí mismo con Dios. Entonces descubre que «el hombre se asemeja más a Dios que a la naturaleza».16 La importancia de los orígenes se refleja en las palabras de Adán en el segundo relato de la creación, cuando Adán reconoce a Eva y exclama «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre».17 En la familia, la persona humana se revela como interdependiente desde el comienzo. El Cardenal Ratzinger expuso esta idea al hablar sobre el embarazo y el aborto. En el vientre, la vida de una criatura depende de la unión con su madre. Pero, como Adán, la mera pre­sencia no es suficiente, y en el embarazo, la presencia de la criatura en la madre necesita de la bondad de la madre. «Este ser-con complementa el ser del otro…para convertirse en un «ser para». En este aspecto, «la criatura en el vientre de la madre es sencillamente un retrato de la esencia de la existencia humana en general». Esta imagen de la madre y su hijo es el modelo fundamental de la existencia y la solidaridad del ser humano. Es la razón por la que la Madre Teresa puede decir que el aborto es el mayor destructor de la paz. Esta realidad humana fundamental de «ser-para» los otros se aplica tanto para las personas físicamente maduras como para los niños. Aun así, la importancia de la continuidad del amor se hace patente en otras áreas de la vida. A nivel genético, es obvio en la forma en que cada niño se asemeja a su madre o a su padre. A nivel personal, la reconocen cada madre y padre cuando intentan identificar dichas similitudes inmediatamente después del nacimiento. La reconocen los niños nacidos como resultado de donadores anónimos que intentan encontrar a sus padres anónimos. Simbólicamente, se expresó su con­fusión cuando la madre del primer niño chino nacido de fertilización in vitro le dio a su hija no sólo el nombre de la madre, sino también el nombre del médico que realizó el procedimiento.18

Sin raíces
La verdad es que, aun cuando una persona esté aislada social y geográficamente de otras personas, nadie puede sobrevivir sin enco­mendarse a otros individuos y a una comunidad. Por esta razón, no puede existir la verdadera autonomía, ni tampoco puede ser un ideal al que se aspire. «Cada vez que exista una tentativa de liberarnos de este patrón, no estamos en el camino hacia la divinidad, sino hacia la deshumanización, hacia la destrucción del propio ser mediante la destrucción de la verdad».19 Cuando Marcello Pera lamentó que «la gente ya no cree en los funda­mentos últimos», lo hizo en el contexto del distanciamiento de Europa de su moral e historia cristianas. Pero este distanciamiento de los fundamentos es parte de un distanciamiento más fundamental visto también a nivel de las personas, especialmente dentro de la familia. A través del divorcio, el abandono y algunos usos de la tecnología de la fertilidad, la paternidad se ha separado de la presencia. Es decir, hoy, para muchos niños, ser a partir de un padre ya no significa estar con un padre y por lo tanto ya no significa tener un padre presente que sea para el niño. Asimismo, la paternidad se separa del matrimonio cuando «ser con» una esposa se separa de la aceptación de que un hijo «es a partir de» la pareja. El resultado es lo que Carle Zimmerman describe como «familia atomista». Hace nueve meses, un hijo publicó su diario de las semanas anteriores a que su madre eligiera terminar con su vida mediante el suicidio asistido. Cuando el médico dudó de que su dolor fuera insoportable –tercer y último requisito para la eutanasia– la conversación de la madre y su hijo se convirtió rápidamente en una inquietante frag­mentación de amor y de vida. Al narrar la situación, su hijo escribe: La mamá deja su taza de café en la mesa. «Bueno, de todos modos tengo que morir, ¿no?» Entonces nos pregunta qué pensamos. Interrumpo: «Debe ser tu propia decisión. Ninguno de nosotros puede decir nada». Pero a la mamá le cuesta decir que quiere morir. Digo al fin, «pienso que lo que para ella es insoportable no es tanto su dolor y enfermedad, sino el temor de empeorar y perder el control». Cuando [el Doctor] Martin está finalmente convencido de que mamá quiere terminar con esto, acepta llamar a otro médico. Sale haciéndonos enfáticos movimientos de cabeza a todos».20
No se trata de la empatía o interdependencia que se encuentra en el fundamento de la civilización del amor. La verdadera conmiseración
o compasión –en el sentido más verdadero de las palabras– es sufrir junto con alguien. Más aun, esta decisión, este silencio, esta medida de la vida no es el fundamento de ninguna civilización. Finalmente, esta decisión de la madre moribunda fue apoyada por el valor de la autonomía individual y el temor de «perder el control». Pero a pesar de que la autonomía es un valor importante, no es el más importante. La comunidad es más importante que la autonomía, especialmente esta comunidad especial que es también una comunión de personas. En el fundamento de la comunidad se encuentran el aprecio, la gra­titud y el respeto por el don y la dignidad de la vida humana. Quizás lo que esta madre esperaba escuchar, necesitaba escuchar, era algo completamente diferente a «Debe ser tu propia decisión. Ninguno de nosotros puede decir nada». Quizás, lo que esperaba escuchar de sus hijos era: «Te amamos. Te necesitamos. Quédate con nosotros». Cuando una familia valora la existencia de una vida como un bien, puede haber una sociedad y una civilización que valoran la existencia de una vida como un bien. Pero esto solo puede ocurrir si las familias no se encierran en sí mismas. Aquí, la autonomía de los individuos y las familias no puede tratarse como el principal o único valor. El papel de la solidaridad en la familia, y a través de ella, es más que solo otra «virtud social» junto con la «verdad, libertad, justicia, sub­sidiaridad y… caridad».21 Para que el futuro de la solidaridad pueda fundamentarse en esta comunión de personas, la defensora de esta comunión es primero, y antes que todo, la familia, no únicamente como la que enseña las virtudes sociales, sino como el primer modelo de la comunión Trinitaria de las personas. Es aquí donde no solo encontramos a la familia en la solidaridad, sino que es su modelo vital y su núcleo. Por esta razón, Juan Pablo II dijo: «No podemos hablar de solidaridad en la comunidad moderna sin mencionar también la vida familiar».22 Sin solidaridad en el seno de la familia, no puede existir solidaridad más allá de ella. Sin com­prensión y protección en el seno de la familia, no es fácil comprender a esa familia humana que es la sociedad, esa familia cristiana que es la Iglesia o esa familia de familias que es la parroquia.

Desafío de la niñez
Durante su primera jornada apostólica, Juan Pablo II vino a la Basí­lica de Nuestra Señora de Guadalupe e hizo un llamado a la nueva evangelización, empezando por predicar la verdad sobre la persona humana. Asimismo, durante su primera jornada apostólica al San­tuario Mariano de Aparecida, Benedicto XVI hizo un llamado a construir no solo un Continente de Esperanza en todo el hemisferio, sino a construir un Continente de Amor. Hoy, estamos en espera de la próxima encíclica del Santo Padre intitulada «Caritas in veritate» («Amor en la Verdad»), en la que aborda temas sobre la sociedad y la globalización. Mientras nos preparamos, debemos tomar el tiempo de examinar no sólo la condición de nuestros países y nuestros continentes, sino también la de nuestras familias. En su discurso durante la entrega del Premio Nobel, la Madre Teresa usó acertadamente el refrán que dice que «el amor empieza en nuestra propia familia».23 ¿Qué tipo de cimientos existen para la solidaridad si no están presentes en el seno la familia, con la presencia de los hijos cuya existencia depende de la bondad de los demás? Por ejemplo, una encuesta internacional realizada por el Instituto Gallup preguntó a la gente si en su país se trataba a los niños con dignidad y respeto. En América Latina en general, cerca de 60 por ciento de los encuestados respondieron que no. En Haití, fueron casi 90 por ciento los que dijeron que no se trata a los niños con dignidad y respeto. Nos vienen muchas preguntas a la mente. ¿Cuál es el trato que se da a estos niños que indica in­diferencia por la dignidad y el respeto? ¿Por qué no los tratan con dignidad y respeto? Y lo que es importante, ¿cambia este trato? ¿A qué edad se tratará a los niños con respeto, si es que alguna vez sucede? Y cuando estos niños crezcan, ¿sabrán a su vez cómo tratar a otros con dignidad y respeto? Pero hoy, aquí, tan cerca del cerro del Tepeyac, es necesario hacer una pregunta aún más fundamental. ¿Cómo es posible este trato hacia los niños en un continente en que tantos saben de memoria las palabras de Nuestra Señora de Guadalupe? «¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu ale­gría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?»24 ¿No dirigió estas palabras a un hombre laico preocupado por la salud y el bienestar de su familia?
En el Capítulo V de la Exhortación Apostólica Ecclesia in America, titulado «Camino para la Solidaridad», Juan Pablo II escribe: «De la dignidad del hombre en cuanto hijo de Dios nacen los derechos humanos y las obligaciones».25 Pero al leer estas palabras, debemos preguntarnos: «¿Cómo hemos de reconocer la dignidad de nuestro prójimo como «hijo de Dios» si no tenemos consideración por los niños que nos rodean?» Juan Pablo II observó que nada puede reemplazar el corazón de una madre siempre presente y esperando en el hogar. Pero también es verdad cuando escribe: «Una familia reposa en un padre. Si ésta tiene un padre, es una familia. El padre es el que es­tablece el vínculo de los miembros de la familia en esa unidad cuyo nombre es familia».26 La familia debe ser una comunidad en la que tanto el padre como la madre aceptan y viven su responsabilidad. Debe ser una comunidad solidaria con aquellos cuya comunidad familiar se ha roto o herido.
De esta forma la familia cristiana podrá caminar por el sendero de  la verdadera solidaridad y hacer suyas las palabras de la Exhorta­ción Apostólica Ecclesia in America: «La solidaridad es fruto de la comunión que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos. Se expresa en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente de los más necesitados».27

 

NOTA DEL EDITOR: Esta conferencia del Sr. Carl Anderson fue pronunciada en el Congreso Teológico-Pastoral delVI ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS que se realizó en Ciudad de México en enero pasado. La información sobre dicho Encuentro puede ser leída en las páginas 384 a 390 de la sección Panorama.
1 Ratzinger, «Eucharist, Communion, and Solidarity» (Eucaristía, Comunión y Solidaridad), Lectura en la Conferencia de Obispos de Campagnia en Benevento, Italia, el 2 de junio de 2002. http://www.vatican.va/roman_ curia/congregations/cfaith/do-cuments/rc_con_cfaith_doc_ 20020602_ratzinger-eucharistic-congress_en.html (en inglés)
2 Juan Pablo II, Sollicitudo Rei socialis, n°40; ibid; Ecclesia in America, n°52, cita Propositio n°67.
3 Karol Wojtyla. Hermano de Nuestro Dios. Esplendor de paternidad, BAC, Madrid, 1990
4 Juan Pablo II, Sollicitudo Rei socialis, n°40
5 Juan Pablo II, Ecclesia in America, dado en la Ciudad de México el 22 de enero del año 1999, en el año 21 de su Pontificado.
6 Juan Pablo II, Ecclesia in America, §52.
7 Juan Pablo II, Audiencia General, 14 de noviembre de 1979.
8 Marcello Pera, «Relativismo, cristianismo y Occidente», Sin raíces, Ediciones
Península
9 Juan Pablo II, Sollicitudo Rei socialis, §26.
10 Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, §7.
11 Ratzinger, Joseph Cardenal.«La Verdad y la Libertad», Revista Internacional Católica Communio: Edición del verano de 1996.
12 Juan Pablo II, Audiencia General, 1979.
13 Génesis 1.
14 Juan Pablo II, Audiencia General, 6 de diciembre de 1978. N°2.
15 Juan Pablo II, Audiencia General, 6 de diciembre de 1978. N°2.
16 Juan Pablo II, Audiencia General, 6 de diciembre de 1978. N°2 y 3.
17 Génesis 2,23.
18 Zheng Mengzhu. Zheng (nombre de la madre), Meng(«primer»), Zhu(apellido del médico, Lizhu).
19 Ratzinger, Joseph Cardenal. «La Verdad y la Libertad», Revista Católica Internacional Communio, Edición verano 1996
20 Marc Weide, Diario de una mujer con enfermedad terminal que eligió la eutanasia. «Moriré el lunes a las 6.15 pm: Cuando ala madre de Marc Weide sele diagnosticó cáncer terminal, ella eligió la eutanasia. Aquí publicamos el diario terriblemente franco de sus últimos días. The Guardian, sábado 23 de agosto de 2008 (en inglés)
21 Juan Pablo II, Discurso a la plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, viernes 2 de mayo de 2003
22 Juan Pablo II, Santa Misa en el estadio «Globo», XLII visita pastoral fuera de Italia: Noruega, Islandia, Finlandia, Dinamarca y Suecia. Estocolmo, Suecia, el 8 de junio de 1989 (n°6). (En ingles e italiano).
23 Madre Teresa de Calcuta, lectura para elPremio Nobeldela Paz 1979, 11 de diciembre de 1979.
24 Nican Mopohua. También citado por Benedicto XVI en Aparecida, en la Sesión Inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, el 13 de mayo de 2007.
25 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America, n°
26 Juan Pablo II (Karol Wojtyla), Homilía en el 80 aniversario del nacimiento del Papa Pablo VI.
Cracovia, 26 de septiembre de 1977.
27 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America,
n° 52.

Cardenal Errázuriz convocó a "Acuerdo nacional por el trabajo digno"

En la misa de San José Obrero, este 1º de mayo - Día Internacional del Trabajador - el Cardenal Arzobispo de Santiago llamó a alcanzar un gran Acuerdo Nacional a favor del trabajo digno y la equidad, de cara al Bicentenario.

&swHasta la Catedral Metropolitana llegaron en la mañana del 1 de Mayo sindicalistas, autoridades de gobierno, parlamentarios, dirigentes políticos y numerosos trabajadores y trabajadoras con sus familias, con la finalidad de celebrar la festividad de San José Obrero, en el Día Internacional del Trabajador. La Eucaristía –organizada por la Vicaría de Pastoral Social y de los Trabajadores- fue presidida por el Cardenal Francisco Javier Errázuriz y concelebrada y por los obispos auxiliares Andrés Arteaga y Cristián Contreras Villarroel, además de numerosos vicarios episcopales y sacerdotes, entre ellos los presbíteros Rodrigo Tupper y Alfonso Baeza.

Entre las autoridades presentes se encontraban el presidente del Senado, Jovino Novoa; el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Álvarez; los ministros José Antonino Viera Gallo, Claudia Serrano; la directora del Trabajo, Patricia Silva; el senador Eduardo Frei, entre otros parlamentarios. Entre los dirigentes sindicales destacó la presencia del Presidente de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF), Raúl de la Puente; y de representantes de la CUT y la CATH. Por otra parte, entre los dirigentes políticos estaban Jorge Arrate, Guillermo Tellier.

Palabras de Vicario Tupper

“Como Vicario de la Pastoral Social y de los Trabajadores me alegra profundamente recibir en este templo Catedral a tantos representantes de nuestra sociedad: líderes sindicales, trabajadores y trabajadoras, líderes políticos, jefes y jefas de hogar, jóvenes, autoridades nacionales, obreros que construyen la línea 5 del metro, hermanos refugiados provenientes de Colombia y otros países más lejanos, trabajadores cesantes, religiosos, todos juntos para celebrar la dignidad del trabajo humano, la festividad de San José Obrero que el papa Pío XII instituyó hace 54 años”, dijo el Vicario de Pastoral Social y de los Trabajadores, Pbro. Rodrigo Tupper, al inicio de la Eucaristía.

“Sean todos bienvenidos, hoy y siempre en este templo que está abierto a todos, y acoge a todos. Son días difíciles en nuestra patria y en el planeta. A la crisis que altera el clima, los ecosistemas y la producción agrícola la codicia sin freno ni responsabilidad ha sumado una aguda crisis económica mundial que traerá dolor y pobreza a millones”, sostuvo el Vicario y agregó: “Hoy es el día para orar por los que han perdido su empleo y por quienes lo perderán, orar por quienes les tenderán una mano solidaria y agradecer al Señor los esfuerzos públicos y privados por proteger a los más vulnerables”.

Homilía de Cardenal Errázuriz

El Arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz, inició su homilía recordando que con esta eucaristía la Iglesia honra a San José Obrero y recuerda la familia que él formó con su esposa María, “como también su taller artesanal, en el cual aprendió y practicó su hijo Jesús el mismo oficio de carpintero de su padre. No fue un hecho casual que Jesucristo naciera y creciera en ese hogar y en esas circunstancias. Así lo quiso el Padre de los cielos en su infinita sabiduría y bondad. El Hijo de Dios vendría a este mundo como nuestro hermano y salvador, y se haría semejante a nosotros en todo menos en el pecado, y de una manera muy especial, semejante a los trabajadores que se ganan el pan de cada día con el esfuerzo de sus manos y el sudor de su frente”, dijo el Cardenal Errázuriz. Y agregó:” Recordando a San José Obrero, ese hombre justo y fiel que escogió Dios como padre adoptivo para su propio Hijo, y admirando su espíritu de servicio y su opción permanente por cumplir la voluntad de Dios, conmemoramos asimismo el Día Internacional del Trabajo. La Iglesia no puede olvidar su cuna en casa de un carpintero, ni la vocación sublime de cada ser humano, de colaborar con Dios para crear con él, guiados por su mano, un mundo más humano para todos”.

Crisis económica

Más adelante, el Cardenal Errázuriz se refirió a la crisis económica actual y al respecto recordó el reciente mensaje que los obispos de Chile dieron a conocer al concluir su última Asamblea Plenaria. El Arzobispo de Santiago, apeló a la creatividad y responsabilidad social del Estado, de los empresarios y de los mismos trabajadores, para que no se pierdan fuentes de trabajo. También formuló una invitación a todos los sectores sociales a superar las brechas de inequidad en materia laboral y a mejorar las condiciones de los trabajadores. Monseñor Errázuriz fue más allá, convocando a políticos, empresarios y trabajadores a suscribir un acuerdo concreto a favor de la equidad.

“Invitamos a todos para el en el Bicentenario podamos ofrecer al Señor en la fiesta de San José Obrero un gran acuerdo nacional por el trabajo digno, con participación de todos los sectores; académicos, gobierno, parlamentarios, representantes de los trabajadores y de los empresarios. Desde ya saludamos las proposiciones que planteen en este campo los candidatos al Parlamento y al Gobierno Supremo de la Nación”, exhortó el Arzobispo de Santiago. “Un gran acuerdo nacional –continuó en su homilía- donde asumamos con voluntar férrea la decisión de combinar adecuadamente: la valoración y protección de la dignidad de los trabajadores y el aumento de la productividad; los derechos laborales y la participación; la protección social y la competitividad; la igualdad de trato y remuneración, en trabajos de la misma calidad, del hombre y la mujer; la valoración adecuada del trabajo que ambos realizan en sus hogares, en bien de sus familias, con los deberes asumidos en sus contratos laborales”.

Acogen llamado

Tanto el llamado de los obispos a promover un mayor sindicalismo, como esta invitación a un acuerdo nacional tuvieron inmediata acogida entre los numerosos representantes políticos y sociales presentes en la Catedral.

La Ministra del Trabajo, Claudia Serrano, valoró a idea de alcanzar un acuerdo nacional para el próximo 1º de mayo y agradeció la exhortación de la iglesia a multiplicar los sindicatos y a que los trabajadores participen en ellos. “Invitar a los trabajadores a formar parte de sus organizaciones es parte de la agenda del gobierno el proyecto de ley que mejora la capacidad de organización y fortalece los sindicatos y las relaciones laborales. El momento que ese proyecto ingrese a la discusión parlamentaria no la hemos definido, nuestra prioridad es el empleo, pero no significa que ese tema haya perdido la relevancia en la agenda del Ministerio del Trabajo”.

El ex presidente Eduardo Frei también valoró el llamado de la Iglesia Católica en torno a lograr un acuerdo nacional para el Bicentenario y mejorar las condiciones laborales de los trabajadores y su organización. “Hay solamente 11% de trabajadores organizados que pueden negociar colectivamente, hay 6 millones de trabajadores que no negocian colectivamente y eso es un escándalo y eso tenemos que cambiarlo. Si queremos realmente hablar de justicia, hablar de pacto cambiemos el sistema laboral y que los trabajadores chilenos tengan la capacidad de reunirse, trabajar, asociarse, tener su sindicato y poder negociar colectivamente sus derechos y eso lo vamos a discutirlo en la campaña presidencial”. También se comprometió a hacer aportes para el Gran Acuerdo Nacional en el marco de su postulación presidencial como candidato de la Concertación.

El candidato presidencial del pacto Junto Podemos Jorge Arrate destacó el mensaje del Cardenal Errázuriz por reafirmar la sensibilidad social por la equidad y la justicia: “Valoro el rescate que hace de la dignidad del trabajo, que es avasallada por el mercado. Recuperar la dignidad del trabajo es una de las grandes tareas culturales y políticas que están pendientes en nuestro país. Comparto su positiva intención que los chilenos logremos llegar a acuerdos para tener un sistema de más justicia en el mundo del trabajo”.

Encuentros de oración por las vocaciones

Respondiendo a la iniciativa de tener un mes vocacional, esto quiere decir, un tiempo privilegiado de reflexión para que en las comunidades broten las diversas vocaciones, en especial, las religiosas y sacerdotales, la Iglesia de Santiago invita a participar en diversos encuentros.

El primero de ellos, el domingo 3 de mayo a las 19:30 horas en la Parroquia Santa Ana (Catedral 1515, Santiago) habrá un encuentro de oración organizado por la Pastoral Vocacional de Santiago, la Pastoral Universitaria y la parroquia.

El segundo se realizará el 9 de mayo a las 17:00 horas en el Santuario del Padre Hurtado (Av. Alberto Hurtado 1090, Estación Central) y está organizado por la Zona Oeste. El tercero se hará el 13 de mayo a las 19:30 horas en la Vicaría de la Zona Cordillera (Presidente Errázuriz 3838, Las Condes).

El 14 de mayo a las 19:00 horas habrá una misa juvenil por las vocaciones en el Seminario Pontificio Mayor de Santiago (Walker Martínez 2020, La Florida). Finalmente el 16 de mayo a las 16:oo horas se oficiará otra Eucaristía por las vocaciones en la Parroquia La Natividad del Señor (Av. Ossa 479, La Reina).

Fuente: DOP www.iglesiadesantiago.cl

Jóvenes profundizan en las Sagradas Escrituras junto al Cardenal

Se inició ciclo "Lectio Divina para jóvenes" guiadas por Monseñor Errázuriz y organizadas por la Vicaría de la Esperanza Joven.

Alrededor de 400 jóvenes llegaron hasta la Capilla del Colegio de los Sagrados Corazones de Alameda para vivir cada momento de la Lectura Orante, el Cardenal escogió para este primer encuentro el texto de los Peregrinos de Emaús (Lc. 24, 13-35) y fue guiando a los jóvenes, preguntándoles ¿qué dice el texto?, luego los invitó a meditar; a continuación oraron en un diálogo profundo con el Señor y culminaron cuestionándose cómo este pasaje del evangelio cambió sus miradas y cuál es la invitación que recibieron.

El Padre Galo Fernández, Vicario de la Esperanza Joven, dijo: "más que un método, la Lectio Divina es un diálogo con Dios, es una experiencia de encuentro con el Señor. El impulso del Espíritu Santo nos ayuda a ponernos a la escucha del Maestro, para recomenzar desde Cristo. Queremos propiciar y multiplicar estos espacios".

Ecos de la Lectio

Para los jóvenes asistentes fue una experiencia que volverían a repetir: "Una instancia personal con Cristo, muy buena, muy cercana, con planteamientos de preguntas y de momentos muy intensos, vividos en comunidad que te hacen tener una mejor conexión con Cristo. Vale la pena seguir viniendo". Rodrigo San Martín, Capilla San Agustín. 21 años".

Viviana Altamirano, asesora de 21 años de la Parroquia San Luis Gonzaga, señaló: "Creo que una lectio divina nos alimenta cada día. Hoy con el texto de los Peregrinos de Emaús cuando Jesús sale a su encuentro, me hizo pensar que a veces nos sentimos agobiados y no nos damos cuenta que es el Señor que sale a nuestro encuentro. Además esta instancia nos acerca más a nuestros pastores".

Al finalizar la jornada, Monseñor Errázuriz, manifestó: "me alegra inmensamente que la Vicaría de la Esperanza Joven convoque a todos los animadores y asesores de la pastoral juvenil, para que ellos adquieran esta familiaridad con las escrituras y que lleguen a un encuentro mucho más profundo con el Señor. Eso es lo que nos propone Aparecida y lo que queremos ganar con la Misión Continental: ir a los lugares de encuentro para transformarnos en discípulos misioneros suyos".

La Lectura Orante

La Lectio Divina se remonta a los primeros cristianos, para quienes la Palabra, era su pan cotidiano, ‘su alimento espiritual', por el cual iban conociendo más íntimamente a Dios uniéndose a Él y configurándose con Él. Desde ahí siempre ha estado como columna vertebral en la vida de la Iglesia.

El mismo Papa Benedicto XVI ha señalado: "Si se promueve la práctica de la Lectio Divina con eficacia, estoy convencido que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia... Es algo que tiene que tener en cuenta cada cristiano y aplicarse a sí mismo: sólo quien escucha la Palabra puede convertirse después en discípulo misionero".

Invitación

Estos espacios de oración son abiertos y están destinados especialmente para quienes tienen responsabilidades formativas en las pastorales juveniles, se seguirán realizando cada último Jueves de mes, en la Capilla del Colegio de los Sagrados Corazones, Alameda 2062, desde las 18:45 horas.

Fuente: Comunicaciones Vicaría de la Esperanza Joven

El Papa convoca “Año Sacerdotal” 2009-2010

El Papa convoca “Año Sacerdotal” 2009-2010

“Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote” lema de este año santo que se extenderá desde el 19 de junio de 2009 al 19 de junio de 2010.

Benedicto XVI proclamará al santo cura de Ars patrono de todos los sacerdotes del mundo y se publicarán El Directorio para Confesores y Directores Espirituales” y una antología de textos del Papa sobre temas sacerdotales.

En el 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars

La ocasión de la convocatoria es el 150° aniversario del fallecimiento de san Juan Maria Vianney, el Cura de Ars, a quien el Papa proclamará, durante el año jubilar, “Patrono de todos los sacerdotes del mundo”. 

La apertura del Año Sacerdotal tendrá lugar el próximo 19 de junio –Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús y Jornada de santificación sacerdotal-, cuando el Santo Padre presida la celebración de Vísperas en presencia de la reliquia del Cura de Ars; lo clausurará el 19 de junio de 2010, participando en un “Encuentro Mundial Sacerdotal” en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano.  

 

La celebración del Año jubilar dará también oportunidad de publicar el “Directorio para los Confesores y Directores Espirituales” junto a una recopilación de los textos del Sumo Pontífice sobre los temas esenciales de la vida y de la misión sacerdotal en la época actual.  

La Congregación vaticana para el Clero, de acuerdo con los obispos diocesanos y los superiores de los Institutos religiosos, promoverá y coordinará las diversas iniciativas espirituales y pastorales que se emprenderán para lograr que se perciba, cada vez más, la importancia del papel y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea, igual que la necesidad de potenciar la formación permanente de los sacerdotes, junto a la de los seminaristas.

Comienza el año Pastoral 2009 en Santiago

Comienza el año Pastoral 2009 en Santiago

Con la Presencia del Cardenal Francisco Javier Errázuriz se dio inicio al año Pastoral 2009 en el cual se centró en las nuevas orientaciones pastorales 2008 - 2012 que realizó la Iglesia de Santiago. El evento que congregó a fieles de diversas parroquias de Santiago tambien contó con la presencia del nuevo vicario de la Vicaria General de Pastoral el Padre Cristian Precht.

Tambien el evento contó con la presencia de la Parroquia Madre de Dios, Capilla Jesús Señor de la Vida y Capilla Espíritu Santo, especialmente con la participación de una pareja de la capilla Espíritu Santo que cumplieron 65 años de matrimonio (ver fotografias del costado izquierdo) y que fueron reconocidos por el Cardenal.

Los puntos más importantes de lo que propone la Iglesia es el fortalecimiento y la calidad de los "discipulos" a través de la formación, del empleo de la Lectio Divina y la conversión permanente. También llamo a que las comunidades realizaran una misión permanente y que la misión no se debería dejar a un lado, sino que las comunidades deben ser siempre misioneras.

Más fotos aquí.....

Lealo tambien en Iglesia.cl

Bienvenido Padre Adrián

El pasado Domingo 8 de Marzo de 2009 la comunidad parroquial asistió a la misa de toma de posesión del Padre Adrián González Ibarra realizada en nuestra Sede Parroquial a la cual, tambien asistierón el Vicario de la Zona Sur el Padre Miguel Hoban, nuestro diácono Hugo Ramirez, los sacerdotes del decanato José María Caro y algunos párrocos anteriores de nuestra comunidad como el Padre Renato Giavio.

El Padre Adrián proviene de la Parroquia Doce Apóstoles de nuestra zona sur en donde estuvo de párroco los últimos años. La misa tambien fue presenciada por una gran cantidad de personas que vinieron a nuestra parroquia desde esa comunidad, que junto a las personas provenientes de las distintas capillas de nuestro sector mantuvieron nuestro templo absolutamente repleto.

Durante la misa se le hizo entrega al Padre Adrián los signos que lo convierten como párroco como son el leccionario y las llaves del sagrario.

Terminada la misa se efectuó una pequeña celebración con los asistentes a la misa en el salón parroquial.