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Parroquia Santa Madre de Dios

Los Pontifices en Chile

Discurso a los Jovenes en el Estadio Nacional

Queridos jóvenes de Chile:

1.      He deseado vivamente este encuentro que me ofrece la oportunidad de comprobar en directo vuestra alegría, vuestro cariño, vuestro anhelo de una sociedad más conforme a la dignidad propia del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf.  Gén. 1, 26).  Sé que son éstas las aspiraciones de los jóvenes chilenos y por ello doy gracias a Dios.He leído vuestras cartas y escuchado con gran atención y conmoción vuestros testimonios, en los que ponéis de manifiesto no sólo las inquietudes, problemas y esperanzas de la juventud chilena en las diversas regiones, ambientes y condiciones sociales.Habéis querido exponer lo que pensáis sobre nuestra sociedad y nuestro mundo, indicando los síntomas de debilidad, de enfermedad y hasta de muerte espiritual.  Es cierto: nuestro mundo necesita una profunda mejoría, una honda resurrección espiritual.  Aunque el Señor lo sabe todo, quiere que, con la misma confianza de aquel jefe de la sinagoga, Jairo -que cuenta la gravedad del estado de su hija:"Mi niña está en las últimas" (Mc. 5, 23)-, le digamos cuáles son nuestros problemas, todo lo que nos preocupa o entristece.  Y el Señor espera que le dirijamos la misma súplica de Jairo, cuando le pedía la salud de su hija: "Ven, pon las manos sobre ella, para que sane" (Ibid.). Os invito pues a que os unáis a mi oración por la salvación del mundo entero, para que todos los hombres resuciten a una vida nueva en Cristo Jesús. No sólo Chile tiene problemas.  Hay Chile, pero también existen otros países, otros pueblos, otras naciones que luchan contra la muerte.  Se debe rezar para lograr en ellas una vida nueva en Cristo Jesús.  El es la Vida.  El es el Camino.  Él es la Verdad. 2.    Deseo recordaros que Dios cuenta con los jóvenes, y las jóvenes de Chile para cambiar este mundo.  El futuro de vuestra patria depende de vosotros.  Vosotros mismos sois un futuro, el cual se configurará como presente según se configuren ahora vuestras vidas.  En la carta que dirigí a los jóvenes y a las jóvenes de todo el mundo con ocasión del Año Internacional de la Juventud, os decía: "de vosotros depende el futuro, de vosotros depende el final de este Milenio y el comienzo del nuevo.  No permanezcáis pues pasivos; asumid vuestras responsabilidades en todos los campos abiertos a vosotros en nuestro mundo" (n. 16).  Ahora, en este estadio, lugar de competiciones, pero también de dolor y sufrimiento en épocas pasadas, quiero volver a repetir a los jóvenes chilenos: ¡asumid vuestras responsabilidades!  Estad dispuestos, animados por la fe en el Señor, a dar razón de vuestra esperanza (cf. 1 Pe. 3, 15). Vuestra mirada atenta al mundo y a las realidades sociales, así como vuestro genuino sentido crítico que os ha de llevar a analizar y valorar juiciosamente las condiciones actuales de vuestro país, no pueden agotarse en la simple denuncia de los males existentes.  En vuestra mente joven han de nacer, y también ir tomando forma, propuestas de soluciones, incluso audaces, no sólo compatibles con vuestra fe, sino también exigidas por ella.  Un sano optimismo cristiano robará de este modo el terreno al pesimismo estéril y os dará confianza en el Señor.

3.    ¿Cuál es el motivo de vuestra confianza?  Vuestra fe.  El reconocimiento y aceptación del inmenso amor que Dios continuamente manifiesta a los hombres: Dios, un Padre, que nos ama a cada uno desde toda la eternidad, que nos ha creado por amor y que tanto nos ha amado, a los pecadores, hasta entregar a su Hijo Unigénito para perdonar nuestros pecados, para reconciliarnos con Él, para vivir con El una comunión de amor que no terminara jamás. (Mensaje a los jóvenes, 30 noviembre, 1986, n. 2).  Sí, Jesucristo muerto, Jesucristo resucitado es para nosotros la prueba definitiva del amor de Dios por todos los hombres.  Jesucristo, "el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb. 13, 8).  Jesucristo continúa mostrando por los jóvenes el mismo amor que describe el Evangelio cuando se encuentra con un joven o una joven.Así podemos contemplarlo en la lectura bíblica que hemos escuchado: la resurrección de la hija de Jairo, la cual -puntualiza San Marcos- "tenía doce años" (Mc. 5, 42).  Vale la pena detenernos a contemplar toda la escena.  Jesús, como en tantas otras ocasiones, está junto al lago, rodeado de gente.  De entre la muchedumbre sale Jairo, quien con franqueza expone al Maestro su pena, la enfermedad de su hija, y con insistencia le suplica su curación: "Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva" (Me. 5, 23).  "Jesús se fue con él" (Mc. 5, 24).  El corazón de Cristo, que se conmueve ante el dolor humano de ese hombre y de su joven hija, no permanece indiferente ante nuestros sufrimientos.  Cristo nos escucha siempre, pero nos pide que acudamos a Él con fe.Poco más tarde llegan a decir a Jairo que su hija ha muerto. Humanamente ya no había remedio.  "Tu hija se ha muerto; ¿Para que molestar más al Maestro? (Mc. 5, 36). El amor que Jesús siente por los hombres, por nosotros, le impulsa a ir a la casa de aquel jefe de la sinagoga.  Todos los gestos y las palabras del Señor expresan amor.  Quisiera detenerme particularmente en esas palabras textuales recogidas de los labios de Jesús: "La niña no está muerta, está dormida".  Estas palabras, profundamente reveladoras me llevan a pensar en la misteriosa presencia del Señor de la Vida en un mundo que parece como si sucumbiera bajo el impulso desgarrador del odio, la violencia, de la injusticia; pero, no.  Este mundo, que es el vuestro, no está muerto, sino adormecido.  En vuestro corazón, queridos jóvenes, se advierte el latido fuerte de la vida, del amor de Dios.  La juventud no está muerta cuando está cercana al Maestro, cuando está cercana a Jesús todos vosotros estáis cercanos a Jesús. He escuchado vuestras palabras, vuestras reacciones, todos queréis a Jesús, buscáis a Jesús, queréis encontrar a Jesús. Seguidamente Cristo entra en la habitación donde está ella, la toma de la mano y le dice: "Contigo hablo, niña, levántate" (Mc. 5, 41).  Todo el amor y todo el poder de Cristo -el poder de su amor- se nos revelan en esa delicadeza y en esa autoridad con que Jesús devuelve la vida a esa niña y le manda que se levante.  Nos emocionamos al comprobar la eficacia de la palabra de Cristo: "La niña se puso en pie inmediatamente, y echó a andar" (Mc. 5, 42).  Y en esa última disposición de Jesús antes de irse -"que dieran de comer a la niña" (Mc. 5, 43)- descubrimos hasta qué punto Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, conoce y se preocupa de todo lo nuestro, de todas nuestras necesidades, materiales y espirituales. De la fe en el amor de Cristo por los jóvenes nace el optimismo cristiano que manifestáis en este Encuentro, también en situaciones difíciles. ¡Sólo Cristo puede dar la verdadera respuesta a todas vuestras dificultades!  El verdadero mundo está necesitado de vuestra respuesta personal a las palabras de vida del Maestro: "Contigo hablo, levántate".Estamos viendo cómo Jesús sale al paso de la humanidad, en las situaciones más difíciles y penosas.  El milagro realizado en la casa de Jairo nos muestra su misericordia, su poder sobre el mal; es el Señor de la vida, el vencedor de la muerte.Comparábamos antes el caso de la hija de Jairo con la situación de la sociedad actual.  Sin embargo, no podemos olvidar que, según nos enseña la fe, la causa primera del mal, de la enfermedad, de la misma muerte, es el pecado en sus diferentes formas.En el corazón de cada uno y de cada una anida esta enfermedad que a todos nos afecta: el pecado personal, que arraiga más y más en las conciencias, a medida que se pierde el sentido de Dios.  Sí, amados jóvenes, estad atentos a no permitir que se debilite en vosotros el sentido de Dios.  No se puede vencer el mal con el bien si no se tiene el sentido de Dios.  De su acción, de su presencia, que nos invita a apostar siempre por la gracia, por la vida, contra el pecado, contra la muerte.  Está en juego la suerte de la humanidad: "El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre. ¡Contra el hombre!" (Reconciliatio et paenitentia, n. 18). De ahí que tengamos que ver las aplicaciones sociales del pecado para edificar un mundo digno del hombre.  Hay males sociales que dan pie a una verdadera "comunión del pecado" porque, junto con el alma, rebajan consigo a la Iglesia y en cierto modo al mundo entero (cf.  Ibíd. n. 16).  Es justa la reacción de la juventud contra esa funesta comunión en el pecado que envenena al mundo. Amados jóvenes.  Luchad con denuedo contra las fuerzas del mal en todas sus formas, ¡luchad contra el pecado!  Combatid el buen combate de la fe por la dignidad del hombre, por la dignidad del amor, por una vida noble, de hijos de Dios.  Vencer el pecado mediante el perdón de Dios es una curación, es una resurrección.  Hacedlo con plena conciencia de vuestra responsabilidad irrenunciable.

5.      Si penetráis en vuestro interior descubriréis sin duda defectos, anhelos de bien no satisfechos, pecados, pero igualmente veréis que duermen en vuestra intimidad fuerzas no actuadas, virtudes no suficientemente ejercitadas, capacidades de reacción no agotadas.¡Cuántas energías hay como escondidas en el alma de un joven o de una joven! ¡Cuántas aspiraciones justas y profundos anhelos que es necesario despertar, sacar a la luz!  Energías y valores que muchas veces los comportamientos y presiones que vienen de la secularización asfixian y que sólo pueden despertar en la experiencia de fe, experiencia de Cristo vivo.  Sí, de Cristo muerto, Cristo crucificado, Cristo resucitado.¡Jóvenes chilenos: no tengáis miedo de mirarlo a Él!  Mirad al Señor: ¿qué veis? ¿Es sólo un hombre sabio? ¡No! ¡Es más que eso! ¿Es un profeta? ¡Sí! ¡Pero es más aún! ¿Es un reformador social? ¡mucho más, mucho más!  Mirad al Señor con ojos atentos y descubriréis en Él el rostro mismo de Dios.  Jesús es la palabra que Dios tenía que decir al mundo. Es Dios mismo que ha venido a compartir nuestra existencia, cada una de ellas.Al contacto de Jesús despunta la vida.  Lejos de El sólo hay oscuridad y muerte.  Vosotros tenéis sed de vida. ¿De qué vida? ¡De vida eterna!  Buscadla y halladla en quien no sólo da la vida sino en quien es la Vida misma. ¡Él!

6.      Este es, amigos míos, el mensaje de vida que el Papa quiere transmitir a los jóvenes chilenos: ¡buscad a Cristo! ¡mirad a Cristo! ¡vivid en Cristo!  Este es mi mensaje: "que Jesús sea la 'piedra angular' (cf.  Ef. 2, 20) de vuestras vidas y de la nueva civilización que en solidaridad generosa y compartida tenéis que construir.  No puede haber auténtico crecimiento humano en la paz y en la justicia, en la verdad y en la libertad, si Cristo no se hace presente con su fuerza salvadora" (Mensaje a los jóvenes, 30 noviembre 1986, n. 3). ¿Qué significa construir vuestra vida en Cristo?  Significa dejaros comprometer por su amor.  Un amor que pide coherencia en el propio comportamiento, que exige acomodar la propia conducta a la doctrina y a los mandamientos de Jesucristo y de su Iglesia; un amor que llena nuestras vidas de una felicidad y de una paz que el mundo no puede dar (cf.  Jn. 14, 27), a pesar de que tanto la necesita.  No tengáis miedo a las exigencias del amor de Cristo.  Temed, por el contrario, la pusilanimidad, la ligereza, la comodidad, el egoísmo; todo aquello que quiera acallar la voz de Cristo que, dirigiéndose a cada una, a cada uno, repite: "Contigo hablo, levántate" (Mc. 5, 41). Mirad a Cristo con valentía, contemplando su vida a través de la lectura sosegada del Evangelio; tratándole con confianza en la intimidad de vuestra oración, en los sacramentos, especialmente en la Sagrada Eucaristía, donde él mismo se ofrece por nosotros y permanece realmente presente.  No dejéis de formar vuestra conciencia con profundidad, seriamente, sobre la base de las enseñanzas que Cristo nos ha dejado y que su Iglesia conserva e interpreta con la autoridad que de El ha recibido. Si tratáis a Cristo, oiréis también vosotros en lo más íntimo del alma los requerimientos del Señor, sus insinuaciones continuas.  Jesús continúa dirigiéndose a vosotros y repitiéndoos: "Contigo hablo, levántate (Mc. 5, 41), especialmente cada vez que no seáis fieles con las obras a quien profesáis con los labios.  Procurad, pues, no separamos de Cristo, conservando en vuestra alma la gracia divina que recibisteis en el bautismo, acudiendo siempre que sea necesario al sacramento de la reconciliación y del perdón. 7.      Si lucháis por llevar a la práctica este programa de vida enraizado en la fe y en el amor a Jesucristo, seréis capaces de transformar la sociedad, de construir un Chile más humano, más fraterno, más cristiano.  Todo ello parece quedar resumido en la escueta frase del relato evangélico: "se puso enpie inmediatamente y echó a andar" (Mc. 5, 42).  Con Cristo también vosotros caminaréis seguros y llevaréis su presencia a todos los caminos, a todas las actividades de este mundo, a todas las injusticias de este mundo.  Con Cristo lograréis que vuestra sociedad se ponga a andar recorriendo nuevas vías, hasta hacer de ella la nueva civilización de la verdad y del amor, anclada en los valores propios del Evangelio y principalmente en el precepto de la caridad, el más divino y más humano de los preceptos.Cristo nos está pidiendo que no permanezcamos indiferentes ante la injusticia, que nos comprometamos responsablemente en la construcción de una sociedad más cristiana, una sociedad mejor.  Para esto es preciso que alejemos de nuestra vida el odio; que reconozcamos como engañosa, falsa, incompatible con su seguimiento, toda la ideología que proclame la violencia y el odio como remedios para conseguir la justicia.  El amor vence siempre, como cristo ha vencido, el amor ha vencido.  El amor vence siempre aunque, en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas pueda parecernos impotente; Cristo también parece impotente en la cruz, pero Dios siempre puede más.En la experiencia de fe con el Señor, descubrid el rostro de quien por ser nuestro Maestro es el único que puede exigir totalmente, sin límites.  Optad por Jesús y rechazad las idolatrías del mundo, los ídolos que buscan seducir a la juventud.  Sólo Dios es adorable.  Sólo él merece vuestra entrega plena. ¿Verdad que queréis rechazar el ídolo de la riqueza, la codicia de tener, el consumismo, el dinero fácil? ¿Verdad que queréis rechazar el ídolo del poder, como dominio sobre los demás, en vez de la actitud de servicio fraterno, de la cual Jesús dio ejemplo? ¿ Verdad? ¿Verdad que queréis rechazar el ídolo del sexo, del placer, que frena vuestros anhelos de seguimiento de Cristo por el camino de la cruz que lleva a la vida?  El ídolo que puede destruir el amor.Con Cristo, con su gracia, sabréis ser generosos para que todos vuestros hermanos los hombres, y especialmente los más necesitados, participen de los bienes materiales y de una formación y de una cultura adecuada a nuestro tiempo, que les permita desarrollar los talentos naturales que Dios les ha concedido.  De ese modo será más fácil conseguir los objetivos de desarrollo y bienestar imprescindibles para que todos puedan llevar una vida digna y propia de los hijos de Dios. 8.    Joven, levántate y participa, junto con muchos miles de hombres y mujeres en la Iglesia, en la incansable tarea de anunciar el Evangelio, de cuidar con ternura a los que sufren en esta tierra y buscar maneras de construir un país justo, un país en paz.  La fe en Cristo nos enseña que vale la pena trabajar por una sociedad más justa, que vale la pena defender al inocente, al oprimido y al pobre, que vale la pena sufrir para atenuar el sufrimiento de los demás. ¡Joven, levántate!  Estás llamado a ser un buscador apasionado de la verdad, un cultivador incansable de la bondad, un hombre o una mujer con vocación de santidad.  Que las dificultades que te toca vivir no sean obstáculo a tu amor, a tu generosidad, sino un fuerte desafío.  No te canses de servir, no calles la verdad, supera tus temores, sé consciente de tus propios límites personales.  Tienes que ser fuerte y valiente, lúcido y perseverante en este largo camino.  No te dejes seducir por la violencia y las mil razones que aparentan justificarla.  Se equivoca el que dice que pasando por ella se logrará la justicia y la paz.Joven, levántate, ten fe en la paz, tarea ardua, tarea de todos.  No caigas en la apatía frente a lo que parece imposible.  En ti se agitan las semillas de la vida para el Chile del mañana. El futuro, de justicia, el futuro de la paz, pasa por tus manos y surge desde lo profundo de tu corazón.  Sé protagonista en la construcción de una nueva convivencia, de una sociedad más justa, sana y fraterna. 9.      Concluyo invocando a nuestra Madre, Santa María bajo la advocación de Virgen del Carmen, Patrona de vuestra patria.  Tradicionalmente a esta advocación han acudido siempre los hombres del mar, pidiendo a la Madre de Dios amparo y protección para sus largas y, en muchas ocasiones, difíciles travesías.  Poned también vosotros bajo su protección la navegación, de vuestra vida joven no exenta de dificultades y Ella os llevará al puerto de la vida verdadera

Discurso a los pobladores de la Zona Sur de Santiago

Amadísimos hermanos y hermanas en Cristo Jesús: Antes de comenzar mi discurso, quiero agradecer los conmovedores testimonios con mucha atención.

1.      Al verme hoy en medio de vosotros, queridos pobladores de la periferia y de los barrios más pobres de Santiago, no puedo ocultaros que una inmensa conmoción invade mi corazón, al meditar en estas palabras del Evangelio: "Nadie conoce al Hijo más que el Padre"; el Padre "lo ha revelado a la gente sencilla"; el Padre ha querido revelaros a vosotros a su Hijo "porque así le ha parecido mejor" (Mt. 11, 25-SS.).Al igual que los Apóstoles Pedro y Juan cuando subían al Templo para orar, así también yo tengo que deciros que no traigo "oro ni plata" (Act. 3, 6), pero vengo en nombre de Jesucristo a anunciamos el amor de la predilección del Padre, que ha querido revelar la esperanza del Reino a los pobres, a los sencillos de corazón, a los que abren sus puertas al Señor y no desdeñan su mano de misericordia.Conozco vuestros sufrimientos, ahora he conocido mejor, conozco, también, vuestro clamor de esperanza que ha llegado a mis ojos y a mis oídos.  Por eso, como mensajero del Evangelio os animo a buscar en Jesucristo la anhelada paz.  Jesús mismo nos invita a aprender de él la mansedumbre, la humanidad del corazón, y a depositar en él nuestra esperanza.  Esa esperanza tan característica de este maravilloso pueblo y de toda América Latina, que os permite mantener la alegría, la paz interior, y celebrar los acontecimientos de la vida aun en medio de tantas y graves dificultades.  Pero también aquí, como en otros muchos lugares, he podido ver con dolor la pobreza de muchos en contraste con la opulencia de algunos.

2.      He venido hasta esta población vuestra para proclamar nuestra común fe en el Hijo de Dios y en sus enseñanzas.  Me encuentro aquí para anunciar, una vez más, las bienaventuranzas del Señor: "Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt. 5, 3).  Bienaventurados vosotros si tenéis un corazón sin apegos terrenos, porque de esa manera el Padre os revelará sus misterios y os ayudará a cargar con el yugo de Jesús, a llevarlo como Él hasta encontrar vuestro descanso.En Cristo encuentra el hombre lo que no podrían procurarle todos los bienes de este mundo.  Como el Buen Pastor nos dice: "Venid a mí... yo os aliviaré... encontraréis descanso" (Mt. 11, 28-29) y nos invita a llevar su yugo, esto es, la ley del amor; Una ley que libera y que es descanso para el alma.  Cualquier carga es ligera cuando estamos unidos a Cristo, cuando es Él quien nos da energía y respiro para seguir caminando.  Por el contrario, ¡qué pesado resulta el fardo cuando se lleva sin Cristo!  Tal es el fardo del egoísmo, del odio, de la violencia, de la dureza de corazón, que no pocas veces se suman para hacer ingrata y hasta imposible la convivencia humana.  Estamos ante el reverso de la ley del amor cuando no se ve en el prójimo a un hijo de Dios y hermano en Cristo, sino que se le considera solamente como un instrumento, únicamente útil para satisfacer las propias apetencias.  Este individualismo egoísta, que es un desorden fruto del pecado, impide la creación de lazos de humanidad y fraternidad que hagan sentirse al hombre miembro de una comunidad, parte solidaria de un pueblo unido.

3.      En esta Zona Sur he querido estar presente, aunque sea por tan breve tiempo, para mostraros visiblemente mi solicitud por cuanto estáis haciendo para formar comunidades de vida y de trabajo en las que solidariamente os esforzáis con empeño en vivir vuestra fe, vuestra esperanza y vuestra caridad cristianas.Toda la historia de la Revelación es un testimonio del papel, que juega la comunidad en la obra de salvación.  Dios mismo, por medio de Jesucristo, se ha revelado como una auténtica comunidad: la Trinidad Santa, una maravillosa comunión que es el fundamento y el modelo para toda relación basada en el amor.  La Iglesia Universal y esta Iglesia en Chile son manifestación de ese espíritu de comunidad, que congrega a los hombres para hacerlos partícipes de la vida divina.Y precisamente expresión de esa vida son también varias formas de comunidad, que dan consistencia a vuestras poblaciones.  Ante todo, la familia, que el Concilio Vaticano 11 definió como la "escuela del más rico humanismo" (Gaudium et spes, 52).  Ella es la célula fundamental de toda sociedad, primera e insustituible catequista de los hijos.  Las verdades, los valores, los comportamientos, los modos de pensar, de relacionarse con las otras personas y con el mundo, se aprenden en el hogar y es ésta una misión y un derecho que hay que ejercer amorosamente, y que hay que defender ante los peligros de un mundo materialista que propone el acumular cosas como el sumo bien del hombre y de la sociedad.  "El hombre vale más por lo que es, que por lo que tiene" (Gadium et spes, 35).Quienes han respirado en el seno de sus propias familias una atmósfera de auténtica comunidad, se sentirán más inclinados a comprometerse con sus hermanos en la tarea de construir una sociedad renovada, más humana y acogedora.  Ello supone dar vida a formas de asociación que contribuyan, cada una a su manera, a la consecución del bien común, y que ayuden a satisfacer mejor "muchos derechos de la persona humana, sobre todo los llamados económico-sociales, los cuales miran fundamentalmente a las exigencias de la vida humana" (Mater et Magistra, 61).

4.      Obviamente, se ha de tender a que se vivan en cada familia las virtudes sociales que fomentan el desarrollo pleno de cada uno de sus miembros: el, diálogo, la comunicación, la corresponsabilidad y la participación, la capacidad de sacrificio, la fidelidad.  Todas ellas deben ser expresión y fruto del amor.  Tomad como modelo la Sagrada Familia de Nazaret; en ella habrá de inspirarse todo programa de renovación cristiana y social en la familia y desde la familia.Son también manifestaciones de la vida y del sentido comunitario aquellas formas de organización popular que buscan mejorar el nivel de vida de los pobladores de los barrios: las asociaciones vecinales, los talleres laborales, los grupos de vivienda, los grupos de salud, de apoyo escolar, las ollas familiares, los comedores infantiles, los clubes juveniles y deportivos, los grupos de folklore y, en fin, tantas manifestaciones de aquella solidaridad que debe caracterizar "el noble empeño por la justicia".Estas iniciativas podrán ser, a su vez, semillas de nuevas formas de organización social que abran el camino a una auténtica y efectiva participación de todos los ciudadanos en las decisiones que afectan a su vida y a su destino.  De esta manera los grupos van transformándose poco a poco en auténticas comunidades solidarias y participativas.  Si bien, es igualmente necesario que esos grupos no pretendan monopolizar toda la acción ni ahogar la iniciativa y justa autonomía y libertad de los individuos.

5.      La Iglesia os acompaña en vuestros esfuerzos y legítimas aspiraciones, consciente de que -como ya señaló mi venerado predecesor el Papa Pablo VI- entre evangelización y promoción humana existen efectivamente lazos muy fuertes (cf.  Evangelii nuntiandi, 31).  Es ésta una parte importante de la labor apostólica que tantos agentes de pastoral desarrollan entre los más necesitados.  A vosotros, sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, catequistas, laicos comprometidos, quiero dirigir mi palabra de aliento para que continuéis ilusionados en vuestras tareas de construir el Reino de Dios, mediante la Palabra anunciada en su integridad, mediante los Sacramentos celebrados en la fe, con el testimonio de vuestras propias vidas, tomando como modelo a Cristo, pobre y humilde de corazón, "el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor. 8, 9).En perfecta sintonía con el Magisterio auténtico de la Iglesia y en íntima comunión con los Pastores, sed fieles a vuestra vocación y a la misión que habéis recibido, y no permitáis que otros intereses, extraños al Evangelio, enturbien la pureza de vuestra labor de asistencia y santificación.  Tenéis entre vosotros eximios ejemplos de apóstoles que, a pesar de las dificultades e incluso incomprensiones, supieron desempeñar su ministerio pastoral a costa de los mayores sacrificios.

6.                              La Iglesia, queridos hermanos y hermanas, ha recibido del mismo Jesucristo la misión de hacer realidad su mandamiento central: "Esto os mando: que os améis unos a otros" (Jn. 15, 17).  La Iglesia tiene, por tanto, la misión de abrazar a todos los hombres en su amor y de abrir a todos el camino de salvación, sin excluir a nadie.  Ella proporciona a todos las riquezas espirituales de que es depositaria; a todos alimenta con el Cuerpo del Señor, les administra los Sacramentos y les comunica la vida divina.  Gracias a esta preocupación suya de engendrar la vida y conservarla, los fieles sienten el impulso interior de llamarla "Madre": La Iglesia es madre de todos; ella extiende su amor a todos los hombres, sin distinción, y con todos usa de su misericordia.  Pero es justo que, como una madre, tenga ella especial solicitud por aquellos hijos suyos que sufren, por los enfermos, por los necesitados, por los indigentes, por los pecadores.  La Iglesia tiene que hacer realidad la acción de Dios mismo, que "levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre" (Sal. 113, 7-8).Por tanto, os digo: Contad siempre con esta solicitud maternal de la Iglesia que se conmueve ante vuestras necesidades, por vuestra pobreza, por la falta de trabajo, por las insuficiencias en educación, salud, vivienda, por el desinterés de quienes, pudiendo ayudaros, no lo hacen; ella se solidariza con vosotros cuando os ve padecer hambre, frío, abandono. ¿Qué madre no se conmueve al ver sufrir a sus hijos, sobre todo, cuando la causa es la injusticia? ¿Quién podría criticar esta actitud? ¿Quién podría interpretarla mal?7.       He sabido que entre vosotros, así como en diversos lugares y diócesis del país, surgen Comunidades Eclesiales de Base, las cuales "deben ser destinatarias especiales de la evangelización y al mismo tiempo evangelizadoras" (cf.  Evangelii nuntiandi, 58).  Tales comunidades, para que correspondan a su verdadera identidad, deben ser un lugar de encuentro y fraternidad, y deben nacer del deseo de vivir intensamente la vida misma de la Iglesia en un contexto de relación más humana, más de familia.  En su seno debe acogerse la Palabra de Dios tal como la transmite la Iglesia y también en su seno corresponde celebrar, en una perspectiva de fe, los acontecimientos que jalonan la peregrinación hacia la casa del Padre.Estas Comunidades han nacido, con frecuencia, como fruto de una Misión, de un grupo de catequesis familiar, de la celebración del Mes de María -bella y fecunda tradición de la religiosidad popular chilena-, de círculos bíblicos, de la búsqueda de solución a los problemas de la vida diaria en las poblaciones, y de tantas otras manifestaciones de la auténtica vitalidad propia de la Iglesia.Como compromiso eclesial concreto, exhorto a todos a una mayor profundización de la vida cristiana, a un conocimiento más hondo de la fe católica, a una vida personal y familiar más coherente con la fe que se profesa, a la participación frecuente y activa en la vida litúrgica de la Iglesia, a un estilo de vida más marcado por la fraternidad y el sentido de comunidad.Para que el surgimiento de las Comunidades Eclesiales de Base sea una fuerza revitalizadora del auténtico dinamismo de la Iglesia en Chile, es necesario que mantenga siempre una clara identidad eclesial.  Esto supone, ante todo, estar en íntima unión con el Obispo diocesano y sus colaboradores; supone desarrollar y hacer propias las enseñanzas del Magisterio auténtico de la Iglesia, del Papa y de los Obispos; y supone evitar cuidadosamente toda tentación de encerrarse en sí mismas, lo que las llevaría fatalmente a renunciar a algo tan esencial como es la proyección universalista y misionera que debe caracterizar a cualquier iniciativa que se precie de ser católica.  Esta identidad eclesial requiere, finalmente, que las Comunidades Eclesiales de Base eviten la tentación de identificarse con partidos o posiciones políticas que pueden ser muy respetables, pero que no pueden pretender ser la única expresión válida de la proyección evangélica sobre la vida y opciones políticas del país.Por el contrario, es prenda fehaciente de que dichas Comunidades son auténticamente eclesiales, cuando la palabra de Dios es la que congrega a los fieles y les impulsa a reflexionar sobre ella para proyectarla; cuando la maduración de la fe se hace a partir de una Catequesis seria y vivencias; cuando la Eucaristía es el centro de la vida y la comunión de sus miembros; cuando las relaciones interpersonales se dan en la fe, la esperanza y el amor; cuando la comunión con los pastores es inquebrantable; cuando el compromiso por la justicia está presente en la realidad de sus ambientes; cuando sus miembros son sensibles a la acción del Espíritu que suscita permanentemente carismas y servicios en el interior de la Comunidad y para la Iglesia Universal (cf.  Evangelii nuntiandi, 58; Puebla 640-642). 8.      A la vista de tantas manifestaciones de vitalidad de vuestras comunidades, deseo exhortaras igualmente a reforzar los lazos de vuestra solidaridad; una solidaridad que tenga su fundamento último en los principios de vuestra fe cristiana.  Vienen a mi mente las palabras de los Obispos latinoamericanos reunidos en Puebla de los Ángeles: "Es conmovedor sentir en el alma del pueblo la riqueza espiritual desbordante de fe, esperanza y amor.  En este sentido, América Latina es un ejemplo para los demás Continentes y mañana podrá extender su sublime vocación misionera, más allá de sus fronteras" (Mensaje, 3).  Estoy seguro de que será imposible que en vuestros corazones se apague la esperanza.  En efecto, la visión optimista de la vida que os hace, aun en medio de la pobreza, aun en medio de las dificultades, capaces de celebrar, de reír, de gozar en las alegrías sencillas de cada día, no proviene de la irresponsabilidad o de la ignorancia. ¡No!  Ella tiene una sola explicación: vuestra profunda fe cristiana.  Nace de vuestro amor a Cristo y del acatamiento de sus enseñanzas.  Es la alegría que Cristo ha comunicado a sus discípulos cuando declaraba: "Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea pleno"(Jn. 15, 1 l).

9.                              Hace pocos días se cumplieron veinte años de la publicación de la Encíclica del Papa Pablo VI sobre el desarrollo de los pueblos, la "Populorum progressio".  No sin dolor tenemos que reconocer que aquella voz profética sigue resonando en el mundo sin que haya encontrado una respuesta adecuada.  Por eso, hoy, aquí, en este continente de la esperanza, en medio de vosotros, pobladores de Santiago, quiero repetir a todos los hombres y mujeres de buena voluntad de América Latina y del mundo, las palabras de Pablo VI, con el mismo espíritu con que fueran por él propuestas: "que los individuos, los grupos sociales y las naciones se den fraternalmente la mano; el fuerte ayudando al débil a levantarse, poniendo en ello toda su competencia, su entusiasmo y su amor desinteresado.  Más que nadie, el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez" (Populorum progressio, 75).La Iglesia, consciente de que todos formamos una familia, la gran familia de los hijos de Dios, repite su llamada para que cada uno desde su posición social, desde su ambiente, utilizando los medios a su alcance, grandes o pequeños, se empeñe en desterrar de vuestra tierra todas las causas de la pobreza injusta.  Colaborad en la construcción de un mundo más justo y fraterno que tenga sus fundamentos "en la verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad y, finalmente, realizado bajo los auspicios de la libertad" (Pacem in terris, 167).

10.    Al concluir este discurso, que me ha permitido compartir con vosotros el gozo de sentir que Dios manifiesta sus misterios a los sencillos de corazón, y en el que hemos meditado también sobre la solicitud materna de la Iglesia hacia todos sus hijos, especialmente hacia los pobres y perseguidos, es justo destacar que, de entre sus miembros, nadie inspira ese amor con mayor intensidad que la Madre de Dios, la Santísima Virgen María.  Vosotros esto lo sabéis, pues el amor a la Virgen forma parte de vuestra alma y nadie podrá arrebataras este patrimonio. ¡Que la Virgen del Carmen, Reina de Chile, os haga sentir ahora y siempre su amor materno! ¡Que ella vuelva hacia vosotros sus ojos misericordiosos y os dé a Jesús!Antes de concluir quiero, una vez más, agradecer de todo corazón los testimonios de los pobladores que he escuchado con mucha atención y que me han conmovido profundamente.

A todos bendigo, de modo particular a los niños, a los ancianos, a los enfermos, a todos los que sufren.

Saludo y Bendición a la Ciudad de Santiago y Chile (Cerro San Cristobal)

"Mi alma proclama la grandeza del Señor" (Lc. 1, 46)

1.      Desde este hermoso Cerro San Cristóbal, quiero dirigir mi palabra de saludo a Santiago y a todo Chile con las palabras de María en el canto del Magnificat.Sí, mi alma proclama la grandeza del Señor al contemplar el espectáculo de la ciudad que se extiende a los pies de la cordillera.  Mi plegaria y mi afecto se dirigen a todos vosotros que os unís a esta celebración vespertina con vuestra presencia, a través de la radio o la televisión.  Quiero que el saludo cariñoso del Papa llegue a todos los rincones de este noble país: desde el desierto de Atacama hasta la Tierra del Fuego, recorriendo los Andes, columna vertebral de América, haciéndose eco en los volcanes, reflejándose en los lagos y resonando en los bosques, visitando como amigo el corazón de cada chileno para darle esperanza, alegría, voluntad de superar dificultades y continuar construyendo la sociedad nueva de la gran familia chilena.Agradezco vivamente las afectuosas palabras de bienvenida que Monseñor Bernardino Piñera, Presidente de la Conferencia Episcopal, me ha dirigido en nombre de los Obispos y de toda la Iglesia de Chile.

En este Cerro coronado por la imagen de María Inmaculada y en el contexto de su canto del Magnificat, no puedo menos de sentir cómo el Todopoderoso sigue haciendo obras grandes y maravillosas en todos vosotros que, como piedras vivas (cf. 1 Pe. 2, 5), constituís la realidad de esta Iglesia

2.      Elevo mi canto de alabanza al Señor por los sacerdotes, que con su entrega generosa reúnen la familia de Dios en comunidad de hermanos y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu (cf.  Lumen gentium 28).  Alabo al Señor por los diáconos en cuyo ministerio tan apreciable se reflejan, en modo especial, las palabras de Jesús que afirma que El vino a servir y no a ser servido (cf.  Mt. 20, 28), porque su labor es un auxilio eficaz para la acción pastoral de los Obispos y Presbíteros.  Alabo al Señor por los religiosos y religiosas, que mediante su consagración y su servicio al prójimo son signo y anticipo de las promesas del Reino de los cielos.Doy gracias a Dios por los jóvenes y las jóvenes que han escuchado el llamado de Jesús y se preparan en los Seminarios y en las Casas de Formación para el ministerio sacerdotal y la vida religiosa.  Por tantos laicos comprometidos como catequistas, animadores de Comunidades eclesiales de base y en tantas otras formas de apostolado.El encuentro con vosotros en esta tarde otoñal, hace latir mi corazón como el de Isabel al recibir el saludo de María.  Y también como Isabel, quiero yo proclamaras bienaventurados por haber creído, por haber acogido en vuestros corazones la Palabra de Vida y por manifestar esa fe en vuestro compromiso de servicio a la comunidad de los hermanos, por amor de Dios.

Doy gracias a Dios, en fin, por toda esta Iglesia que, tratando de seguir las huellas de su Maestro, profesa un amor de preferencia por los pobres.  Hoy también, como en sus comienzos, la Iglesia quiere imitar a su Fundador que ofreció como prueba de su mesianidad el que la Buena Noticia era anunciada a los pobres (cf.  Mt. 11, 5).  De esta manera se hacen realidad las palabras de María que en su cántico nos recuerda cómo en los planes de Dios los últimos serán los primeros, los humildes ensalzados y los pobres colmados de los bienes del Reino.

3.      Por eso hoy, desde este lugar que a los pies de María ha sido durante más de medio siglo un faro de esperanza, saludo y bendigo a todos los habitantes del país, desde Arica al Cabo de Hornos y hasta la isla de Pascua; pero de una manera especialmente entrañable a los que más sufren en su cuerpo y en su espíritu: a los hombres, mujeres y niños de las poblaciones marginales; a las comunidades indígenas, a los trabajadores y a sus dirigentes, a quienes han sufrido los estragos de la violencia, a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos.  Tienen también acogida en mi corazón de Pastor todos los chilenos que, desde tantas partes del mundo, miran con nostalgia a la patria lejana.  Como Sacerdote y Pastor pienso con amor en todos aquellos que, cediendo a las fuerzas del mal, han ofendido a Dios y a sus hermanos: en nombre del Señor Jesús los llamo a la conversión para que tengan paz.

Al iniciar mi peregrinación entre vosotros, como signo de mi presencia en vuestra tierra y de mi deseo de compartir el mensaje de la paz y de la vida con todos, imparto mi Bendición hacia los cuatro puntos cardinales de esta querida tierra chilena.  Quiero traspasar los límites de la ciudad para visitar con la Bendición de Dios la dureza del desierto minero, la fertilidad de las tierras de las que con sudor sacáis el sustento diario; las nieves eternas de la Cordillera y las profundidades marinas donde florece la vida en el silencio de las aguas.  Para todo Chile será mi bendición, para cada chileno mi palabra y para los más pequeños y necesitados lo mejor de mi afecto.

Discurso a los sacerdotes, religiosos, dáconos y seminaristas en la Celebración de Visperas

1.    "Considerad, hermanos, vuestra vocación" (1 Cor. 1, 26).Con estas palabras invitaba el apóstol Pablo a los cristianos de Corinto a una reflexión sobre el significado de la propia vocación.  Con estas palabras deseo también comenzar hoy, queridos sacerdotes, religiosos, diáconos y seminaristas, invitándoos a meditar sobre el don que cada uno de vosotros ha recibido al ser llamado por Dios, a fin de que reconozcáis una vez más la grandeza de vuestra vocación, y os llenéis de agradecimiento hacia Aquel que ha hecho en vosotros cosas grandes (cf.  Lc. 1, 49)."No hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles" (1 Cor. 1, 26).  Ved, hermanos míos, el punto de partida que el Apóstol quiere resaltar: la insuficiencia de nuestros recursos humanos, el escaso valor de nuestras facultades, para la misión que Cristo ha confiado a los ministros de su Iglesia.  Sin embargo, esta misma realidad -la clara conciencia de la indignidad personal- nos sitúa, con actitud evangélica, "más cerca" dela elección divina, y subraya ulteriormente la índole sobrenatural y gratuita de la llamada de que hemos sido objeto.  Sí, amadísimos hermanos, Dios nos ha escogido no por nuestros méritos, sino en virtud de su misericordia.En efecto, "de El os viene lo que sois vosotros en Cristo Jesús, el cual ha sido constituido para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención, de modo que, según está escrito; el que se gloríe, gloríese en el Señor" (1 Cor. 1, 30- 3 l).  El don sobrenatural que hemos recibido debe llevarnos, por tanto, a gloriarnos total y solamente en Cristo.  Quien tiene conciencia de no ser nada, puede descubrir que Cristo lo es todo para él (cf.  Jn. 20, 28); que en Cristo está la única fuente de su verdadera existencia; y esta glorificación en Cristo constituye precisamente el rasgo característico que revela la verdadera humildad personal, y la consiguiente entrega, sin reservas, de sí mismo a Dios y a los hermanos.  Sí, por el contrario, nos creyésemos sabios, autosuficientes, superiores, quedaríamos confundidos y nuestro trabajo sería estéril, porque El se sirve de "lo vil y lo despreciable del mundo, lo que no es nada, para destruir lo que es, para que ninguno se gloríe delante de Dios" (1 Cor. 1, 28-29).

2.      Amados hermanos, está todavía reciente el momento en que, con profunda emoción, he besado por primera vez esta bendita tierra chilena.  Ahora me encuentro reunido con vosotros en la Iglesia Catedral de Santiago, para dar gracias a Dios nuestro Señor que ha dirigido mis pasos hacia aquí, y también para pedir junto con vosotros, invocando a la Trinidad Beatísima -por la intercesión de Santa María, patrona de este Templo- que sean muchos los frutos de renovación y de santidad en todos y en cada uno de los miembros de esta Iglesia de Dios que peregrina en Chile, y de la que vosotros representáis una porción escogida.  Pensad que habéis sido llamados por Dios en un momento particularmente importante.  La Iglesia, en efecto, se dispone a iniciar el tercer milenio de su peregrinación hacia la Casa del Padre de los cielos, hacia la Jerusalén celestial.  América Latina se prepara además a conmemorar los 500 años del comienzo de la evangelización de los hombres del Nuevo Mundo.  Todo ello dará ocasión para que, con la ayuda del Espíritu, se renueve vuestro compromiso y fidelidad a la misión evangelizadora que la Iglesia comenzó aquí hace ya casi cinco siglos.

3. Demos "gracias al Padre, que os ha hecho idóneos para participar en la herencia de los santos en la Luz" (Col. 1, 12).  Con este agradecimiento al Padre, y con la actitud humilde y sumisa que nos recordaba San Pablo hace unos instantes, contemplad ahora vuestra idoneidad.  Ella es consecuencia de haber sido rescatados por Cristo del poder de las tinieblas y de haber sido trasladados al Reino del Hijo de su amor, obteniendo así "la redención, el perdón de los pecados" (cf.  Col. 1, 13-14), "ya que en Él quiso el Padre que habitase toda la plenitud, y quiso también por medio de El reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo, pacificándolas por la sangre de su cruz" (Col. 1, 19-20).En Cristo todo el mal ha sido ya vencido; la muerte ha sido derrotada en su misma raíz que es el pecado.  Cristo ha bajado hasta la profundidad del corazón del hombre con el arma más poderosa: el amor, que es más fuerte que la muerte (cf.  Cant. 8, 6).  De este modo, los cristianos -y más aún los ministros de Dios- no avanzamos en la historia con paso incierto.  No podemos hacerlo porque hemos sido rescatados del "poder de las tinieblas" (Col. 1, 13), avanzamos por el justo camino "en la herencia de los santos en la luz" (Col. 1, 12).  Por tanto, cualquier incertidumbre que nos pueda acechar, cualquier tentación de carácter personal o sobre la eficacia de nuestra misión y ministerio, puede ser superada en esta estupenda perspectiva de unión a Cristo, en quien todo lo podemos, porque Él es nuestra victoria definitiva.  En El se halla el principio y la raíz de nuestra victoria personal, en El hallamos la fuerza necesaria para superar cualquier dificultad, pues el Señor es para nosotros "sabiduría, justicia, santificación y redención" (Col. 1, 130). 4.      Queridísimos míos, ¡Cristo vive!  Vive hoy y actúa poderosamente en la Iglesia y en el mundo.  Y nosotros hemos sido llamados a actuar en su nombre y en su representación: In nomine et in persona Christi (Presbyterorum Ordinis 2, 13).  Anunciamos a los hombres su salvación, celebramos sacramentalmente su propio culto salvífico, enseñamos a cumplir sus mandamientos.  Cristo vive hoy, y continúa desplegando incesantemente su obra salvadera en la Iglesia.Muy elocuentes son, en este sentido, las palabras del salmista que hace unos momentos hemos pronunciado: "Tú eres sacerdote para siempre" (Sal. 109/110, 5).¡Oh Cristo!  Tú eres el único, eterno y sumo sacerdote.  Tú eres el único sacerdote del único sacrificio, del que también eres Víctima (cf.  Hebr. 5, 7, 8, 9).  Tú eres la única fuente del sacerdocio ministerial en la Iglesia.

5.      La respuesta que corresponde a este don no puede ser otra que la entrega total: un acto de amor sin reservas.  La aceptación voluntaria de la llamada divina al sacerdocio fue, sin duda, un acto de amor que ha hecho de cada uno de nosotros un enamorado.  La perseverancia y la fidelidad a la vocación recibida consiste, no sólo en impedir que ese amor se debilite o se apague (cf.  Ap. 2, 4), sino principalmente en avivarlo, en hacer que crezca más cada día.Cristo inmolado en la Cruz nos da la medida de esa entrega, ya que nos habla de amor obediente al Padre para la salvación de todos (cf.  Flp. 2, 6 ss.). El sacerdote, tratando de identificarse totalmente con Cristo, sacerdote eterno, debe manifestar en el altar y en la vida este amor y esta obediencia.  Como he dicho en otra ocasión, "un sacerdote vale lo que vale su vida eucarística, sobre todo su Misa.  Misa sin amor, sacerdote estéril, Misa fervorosa, sacerdote conquistador de almas.  Devoción eucarística descuidada y no amada, sacerdocio desfalleciente y en peligro" (Al clero italiano, 16 febrero 1984).

Hemos de considerar también que nuestro ministerio va dirigido a rescatar a los hombres del "poder de las tinieblas" y trasladarlos al "Reino del Hijo de su amor", mediante "la redención, el perdón de los pecados" (Col. 1, 1314).

 6.      Comprendéis que os estoy invitando a realizar una pastoral, que podríamos llamar de la primacía de Cristo en todo. Hemos de llevar a los hombres hacia Cristo, Redentor del hombre.  En Él está todo, en Él habita la plenitud, en El ya ha sido vencido el mal.  Por eso, nuestro anuncio es siempre de esperanza, de paz, de confianza y de serenidad.  Con el ministerio de la palabra de Dios nos dirigimos a la conciencia de cada uno, para que se abra a Cristo, y la iluminamos con la doctrina del Maestro: la misma que estudiamos, meditamos y aplicamos a nuestras propias vidas.En nuestras manos sacerdotales, amados hermanos, Cristo ha querido depositar el inmenso tesoro de la redención, de la remisión de los pecados.  Quiero exhortaras a que no descuidéis esta realidad salvadera.  Mostrad siempre un especial aprecio por el sacramento de la reconciliación, en el cual los cristianos reciben la remisión de sus pecados.  Habéis de impulsar una acción pastoral que arrastre a los fieles hacia la conversión personal, para lo cual habéis de dedicar al ministerio del perdón todo el tiempo que sea necesario, con generosidad, con la paciencia de auténticos "pescadores de hombres".

Por otro lado, si el sacerdote ha de conducir a las almas por este camino de la conversión, El mismo deberá recorrerlo, convirtiéndose a Dios, volviéndose hacia Él, cuantas veces sea preciso.  Debéis estar permanentemente abiertos a Cristo, fuente de esa redención, de la que sois instrumentos en las manos de Dios.

 7.      "El que se gloríe, que se gloríe en el Señor" (cf. 1 Cor. 1, 3 l). La Iglesia entera da gloria a Dios.  Y una de las manifestaciones más importantes de esa alabanza es ciertamente el testimonio de los religiosos, religiosas y miembros de Institutos de vida consagrada.  La Iglesia, amados hermanos, necesita de vuestro testimonio y de vuestro servicio.  Considerad que para llevar a cabo la misión que Dios os ha confiado, es preciso que vuestra vida sea signo del espíritu fundacional de vuestras respectivas familias religiosas.  Rechazad pues cualquier tentación que os pueda llevar a descuidar las exigencias de los consejos evangélicos que habéis profesado.  Amad la vida en comunidad, avanzad por el camino suave de la obendiencia a vuestros Superiores, cooperando de este modo a dar a la vida comunitaria una unidad real y tangible; tened en gran aprecio el signo externo que debe distinguir inconfundiblemente vuestra consagración a Dios.Meditad frecuentemente la trascendencia eclesial de vuestra consagración, en la perspectiva escatológica del Reino.  Así, se intensificará vuestra comunión con toda la Iglesia, pondréis de manifiesto el valor absoluto de la entrega a Cristo y seréis portadores de frutos abundantes.

También vosotros, cuantos os habéis consagrado a Dios por la pertenencia a Institutos Seculares, daréis un edificante testimonio mediante vuestra labor apostólica que quiere llevar a Dios todas las realidades temporales.

 8.      Me dirijo ahora de modo especial a vosotros, diáconos permanentes y seminaristas.  Junto con todos mis hermanos en el Episcopado, os digo que la Iglesia en Chile pone en vosotros una particular esperanza.  Quisiera que en esta confianza vierais también un llamado a la responsabilidad. ¡Es Cristo quien os ha llamado!  El Papa y los Obispos agradecemos a Dios, juntamente con vosotros, el don de vuestra vocación que Él hace a su Iglesia y procuramos ayudaros, con el fin de que vuestro sí a Cristo sea pleno.No descuidéis en ningún momento, vuestra preparación espiritual, desarrolladla armónicamente junto con los otros aspectos de vuestra formación.  Amad el estudio que es un imprescindible instrumento del ministerio pastoral y haced de él, queridos seminaristas, alimento de la meditación personal, practicad una piedad recia y sólida, sed dóciles; y sinceros en la dirección espiritual, invocad a Santa María, Madre del sumo y eterno Sacerdote, para que guíe, como Madre, vuestros pasos hacia el sacerdocio.9.      Quisiera ahora recordar a todos, con palabras de San Lucas, que "un día, estando Jesús orando en cierto lugar, acabada la oración, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar" (Lc. 1 1, l).  Habían visto a Jesús recogido en oración y sintieron el profundo deseo de imitarlo.  El ejemplo del Maestro despertó en los discípulos la necesidad de hablar con el Padre.  También yo, desde esta catedral de Santiago, deseo dirigir mi súplica, en nombre de todos: Señor, ¡enséñanos a orar! ¡Muéstranos la eficacia de la oración! ¡También nosotros queremos seguir tu ejemplo!Sí, amadísimos hermanos, es preciso que sepamos encontrar cada día un espacio de tiempo para recogernos en diálogo personal con Dios.  Este diálogo es imprescindible para nuestro ministerio, porque los presbíteros, como dice el Decreto Presbyterorum Ordinis, buscando el modo de 6 £ enseñar más adecuadamente a los otros lo que ellos han contemplado, gustarán más profundamente las inescrutables riquezas de Cristo (Ef. 3, 8), y la multiforme sabiduría de Dios" (n. 13).  Efectivamente, ¿cómo le podremos dar a conocer si no lo tratamos? ¿Cómo encenderemos en los fieles un amor ardiente a Dios si nosotros no estamos unidos a él por un trato continuo, vital?En la carta que dirigí a todos los sacerdotes, el año pasado, con motivo de la solemnidad del Jueves Santo, les proponía el ejemplo del Santo Cura de Ars, invitándolos a meditar sobre nuestro sacerdocio a la luz de la vida de ese modelo de pastores.  Quiero ahora recordamos lo que escribí en esa ocasión: "La oración fue el alma de su vida.  Una oración silenciosa, contemplativo, las más de las veces en su iglesia, al pie del tabernáculo.  Por Cristo, su alma se abría a las tres Personas divinas, a las que en el testamento Él entregaría 'su pobre alma'.  Él conservó una unión constante con Dios en medio de una vida sumamente ocupada.  Y nunca descuidó ni el oficio divino, ni el rosario.  De modo espontáneo se dirigía constantemente a la Virgen" (n. 11). 10.    Al comienzo os he hablado del don maravilloso que hemos recibido, en el llamado divino.  No quiero concluir este encuentro sin añadir unas palabras sobre la responsabilidad en fomentar nuevas vocaciones sacerdotales.  Esta debe ser una preocupación prioritaria que debe manifestarse en nuestra oración y en nuestro apostolado.  Pido a la Virgen del Carmen -a quien Chile venera como Patrona- que con vuestro celo y vuestro ejemplo sean muchas las almas que se entreguen a Cristo en el sacerdocio y en la vida consagrada.  La Iglesia en Chile los necesita para continuar, en esta nueva etapa, la inmensa tarea de evangelización. ¡Santa María, Reina de Chile, Reina de América, intercede ante tu hijo, y escúchanos!Con grande afecto por todos y cada uno de vosotros os imparto la Bendición Apostólica.

Discurso de Llegada en el Aeropuerto de Pudahuel Santiago

Excelentísimo Señor Presidente de la República,
Señores Miembros de la Junta de Gobierno
Amados hermanos en el Episcopado
Autoridades civiles y militares,
Hermanos y hermanas todos muy queridos:

1.¡Alabado sea Jesucristo!  Sean estas las primeras palabras que pronuncian mis labios en esta querida tierra de Chile. Con ellas quiero expresar mi saludo, mi plegaria y el lema de mi ministerio apostólico, ya que como Pastor universal, mi afán, así como el de toda la Iglesia, no es otro que el de alabar y celebrar a Jesucristo, anunciando su nombre bendito a todos los pueblos, porque no hay otro nombre en el que podamos encontrar la salvación ( cf.  Act. 9, 12).Prosiguiendo mi ya largo itinerario evangelizador por las más diversas latitudes de orbe, llego ahora a vuestra amada nación.  Con inmensa alegría y profunda gratitud a Dios y a su dulce Madre, la Virgen del Carmen, he besado, lleno de emoción, el suelo de esta noble tierra, he querido abrazar así, con expresiva simpatía y especial afecto, a todos los chilenos sin distinción, hombres y mujeres, familias, ancianos, jóvenes y niños.Vengo a vosotros como siervo de los siervos de Dios, Obispo de Roma, que empuña el cayado de peregrino, la Cruz de Cristo Salvador, y se hace heraldo de evangelización, mensajero de nueva vida en Cristo y de la paz verdadera: "La paz -pues- a todos vosotros los que estáis en Cristo", os digo con palabras de San Pedro (1 Pe. 5, 14).En este saludo queda compendiado el más profundo deseo que brota de mi corazón de hermano vuestro y Pastor de vuestras almas.

2.Dios me concede hoy la gracia de ver cumplida la aspiración, por mí tan acariciada, de venir a visitamos.  Por eso, mi gozo es ahora grande.  Os agradezco vuestra cordial bienvenida con la que manifestáis la generosa hospitalidad que es una de las características de este pueblo chileno noble y acogedor.  Sé que desde hace tiempo esperabais este encuentro, que deseabais ardientemente recibir al, Papa para expresarle vuestro amor y reforzar el vínculo de fidelidad que os une al Sucesor de Pedro.Al visitar vuestra tierra yo bendigo y alabo al Creador, que la ha dotado con una prodigiosa riqueza de bellezas naturales, concentrando aquí -como dicen vuestras leyendas- todo lo que le restó al finalizar la obra de la creación del mundo: montañas, lagos y mares, climas diversos, vegetación espléndida y áridos desiertos, colores y panoramas fascinantes.Admiro la maravillosa naturaleza de vuestras tierras, pero admiro sobre todo vuestra fe, que yo deseo confirmar y estimular.  Sois un pueblo cristiano y esta es vuestra mejor riqueza.  Recibisteis la luz del Evangelio hace ya casi cinco siglos y ahora el Sucesor de Pedro viene a alentar entre vosotros un nuevo esfuerzo evangelizador.

3.Así pues, mi peregrinación por vuestras ciudades, Santiago, Valparaíso, Punta Arenas, Puerto Montt, Concepción, Temuco, La Serena y Antofagasta, será un itinerario de evangelización.Mi mensaje va destinado por igual a todos los hijos de Chile, es un mensaje pascual y, por lo tanto, es un mensaje de vida: de la vida en Cristo, presente en su Iglesia; también en la Iglesia que está en Chile, para promover en el mundo la victoria del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la unidad sobre la rivalidad, de la generosidad sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia, de la convivencia sobre la lucha, de la justicia sobre la iniquidad, de la verdad sobre la mentira: en una palabra, la victoria del perdón, de la misericordia y de la reconciliación.Esa vida en Cristo y por Él es la que da plenitud a la existencia humana aquí en la tierra, a la vez que es prenda de la vida eterna en los cielos.

4.Con el Evangelio en la mano, quiero sentirme peregrino dentro del corazón de todo hombre y de toda mujer chilenos, en el corazón de este pueblo que vive su concreta experiencia histórica, con los desafiantes problemas del presente.  Vengo para compartir vuestra fe, vuestros afanes, alegrías y sufrimientos.  Estoy aquí para animar vuestra esperanza y confirmaros en el amor fraterno.Como heraldo de Cristo, portavoz de su mensaje al servicio del hombre, junto con todos los Pastores de la Iglesia, proclamo la inalienable dignidad de la persona humana creada por Dios a su imagen y semejanza y destinada a la salvación eterna.Animado por este espíritu, exclusivamente religioso y pastoral, quiero celebrar con vosotros el misterio pascual de Jesucristo, para insertarlo más profundamente en la vida y en la historia de vuestra patria tan amada.Meditaremos en común las enseñanzas del Señor, rezaremos unidos, y comunitariamente trataremos de hacer que el mensaje del divino Redentor penetre en nuestras vidas y en las estructuras de la sociedad, para transformarlas según el plan de Dios, convirtiendo los corazones y construyendo un país reconciliado.

5.He aceptado con gozo la amable y reiterada invitación a visitamos que me hicieran tanto el Señor Presidente de la República como vuestros Obispos.Reciba usted, Señor Presidente, mi deferente saludo, así como la expresión de mi gratitud por sus cordiales palabras de bienvenida.  Un saludo y un agradecimiento que hago extensivo a las demás personalidades aquí presentes: Miembros de la Junta de Gobierno, ministros de Estado, magistrados de la Corte Suprema de Justicia y demás autoridades civiles y militares.Mis sentimientos de gratitud se expresan en afectuoso abrazo de paz a mis hermanos en el Episcopado, que se hallan aquí presentes para recibirme en nombre de toda la amada Iglesia que está en Chile.  Saludo igualmente con afecto a los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, catequistas y laicos, que con su trabajo apostólico y testimonio cristiano, edifican el Reino de Cristo, en fidelidad a Dios y a la Iglesia.Saludo finalmente a todos los habitantes del país de cualquier clase o condición, pero de modo especial mi saludo y afecto se dirige a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu..Sepan que la Iglesia está muy cercana a ellos, que los ama, que los acompaña en sus penas y dificultades, que quiere ayudarles a superar las pruebas y que les anima a confiar en la Providencia divina y en la recompensa prometida al sacrificio.

6.Con este espíritu evangélico de amistad y fraternidad deseo iniciar mi visita.Y al comenzar mi peregrinación con la paz de Cristo, dirijo confiado mi mirada al santuario nacional de Maipú para pedir a vuestra Patrona, la Virgen Santísima del Carmen, que ilumine y guíe mis pasos por los caminos de Chile.  "María es la Memoria de la Iglesia.  La Iglesia aprende de Ti, María, que ser Madre quiere decir ser una Memoria viva, quiere decir conservar y meditar en el corazón las vicisitudesde los hombres y de los pueblos: las vicisitudes alegres y dolorosas" (Homilía, 1 de enero de 1987, n. 7).Que por la poderosa intercesión de Santa María, Madre de Chile, Virgen del Norte y del Sur, Señora del mar y de la cordillera, Dios bendiga a Chile.Amados chilenos todos: ¡Dios bendiga a este pueblo con la paz, suscitando en vuestros corazones la alegría de la fe, del amor y de la esperanza, que de corazón yo deseo compartir estos días con vosotros!¡Alabado sea Jesucristo!

Mensaje Radiotelevisado en visperas de la llegada

Amadísimos hermanos y hermanas:Lleno de gozo y esperanza, en vísperas ya de mi viaje pastoral a vuestra Nación, os envío desde la Sede de apóstol Pedro, centro de la catolicidad, un saludo entrañable y afectuoso: "Que la gracia y la paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo" (Gal. 1, 3).Mi pensamiento va desde ahora a los obispos, sacerdotes y diáconos, a los religiosos y religiosas, a las personas y ciudades que tendré la alegría de visitar, y a todos los chilenos sin distinción, hombres y mujeres, por los que rezo cada día y a los que bendigo con todo el afecto en el Señor.Desde lo más profundo de mi corazón, doy gracias a la Divina Providencia porque me ofrece esta oportunidad de ir a vuestro país como Peregrino de Evangelización.

Voy a Chile, gozoso de saber que desde los albores del descubrimiento, en el lejano noviembre de 1520, el Señor quiso hacer su entrada en esa tierra privilegiada por la majestuosa e imponente puerta del estrecho de Magallanes.  Allí, no lejos del extremo austral, según la tradición, se celebró por primera vez la Santa Misa en Chile.  Allí, pues, Cristo, abriendo un nuevo y fecundo capítulo en la historia de la salvación, entregó esas tierras a Dios Padre y desde entonces, en tan hermoso escenario de campos y montañas, de bahías y de mares, de desiertos y canales el mismo Dios puso su morada y vive para siempre en el corazón de los chilenos, formando con todos ellos una sola familia de hermanos en torno a la cruz del Redentor, enarbolada por los primeros misioneros.

Con la celebración de la Eucaristía y con la predicación de la doctrina cristiana, se echaron en el país esas hondas e indelebles raíces de fe que, a lo largo de la historia, han sido para Chile, como para todo el continente latinoamericano, la sólida base para un profundo humanismo cristiano, fuente inagotable de preciosos valores históricos, culturales y sociales.  Desde el comienzo, los misioneros no temieron arriesgar sus vidas por sembrar la Palabra divina, ofreciendo así una leal y generosa aportación a la unidad nacional y promoviendo el amor y la convivencia pacífica, sin descuidar el deber de decir por amor una palabra enérgica, cuando se menospreciaban los deberes de caridad y justicia.Con la gracia de Dios espero llegar a vuestro querido país el día primero de abril, como mensajero de la vida, del amor, de la reconciliación y de la paz, que nacen de Cristo Redentor.  Esta es la tarea pastoral que deseo desarrollar entre vosotros cumpliendo así el mandato que Jesús confió a Pedro y a sus Sucesores: Confirma a tus hermanos en la fe (cf.  Lc. 22, 32).He aceptado con alegría y gratitud la invitación que en su oportunidad me hicieran la Conferencia Episcopal de Chile y el Gobierno de la Nación.  Recorreré vuestro país desde su capital, Santiago, hacia el Sur, pasando por Valparaíso, Punta Arenas, Puerto Montt, Concepción y Temuco, y hacia el Norte, visitando La Serena y Antofagasta.  Me hubiera gustado que mi itinerario apostólico incluyese otras ciudades y lugares; pero sabéis que voy a visitaros a todos, sin distinción de origen ni posición social, sabéis que acepto encantado la invitación que habéis querido hacer presente en centenares de millares de emblemas con la frase: "Santo Padre, ¡yo lo invito!"; sabéis también que quiero entrar en todos los hogares al menos con el saludo o con la bendición y que, desde cualquier sitio donde me encuentren a todos os abrazaré y a todos irá dirigida mi palabra de aliento y esperanza.Mi visita tiene una dimensión religiosa y pastoral, al servicio de la causa del Reino de Dios, que es "reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz" (cf.  Prefacio de la Misa de Jesucristo Rey del Universo).Es para mí motivo de viva complacencia saber que, bajo la guía de vuestros Pastores, os estáis preparando con intenso espíritu de oración para que esta visita del Sucesor de Pedro produzca abundantes frutos que renueven vuestra caridad e impulsen la nueva evangelización, fortaleciendo la pastoral ordinaria y permanente de cada diócesis, guiada por su Obispo.  Ya desde ahora deseo manifestar mi reconocimiento a las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, y a todos los queridos fieles por la generosa colaboración que están prestando para que las jornadas que, Dios mediante, viviré entre vosotros, retuercen los lazos de fraternidad y la voluntad de convivencia pacífica de todos los chilenos desde la perspectiva de la fe y en camino hacia la vida eterna.

Os pido que me acompañéis con vuestras plegarias y sacrificios.  A la Santísima Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile, encomiendo mi peregrinación apostólica, mientras en señal de benevolencia os bendigo a todos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.  Amén.